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Actualizado: 18 sep 2018 / 23:06 h.
  • Julián López ‘El Juli’ es una de figuras más importantes de la historia del toreo a caballo de dos siglos. / Efe
    Julián López ‘El Juli’ es una de figuras más importantes de la historia del toreo a caballo de dos siglos. / Efe

La efemérides se cumplió ayer pero merecía la pena esperar un día para contarla en papel. Las imágenes analógicas, antes de la definitiva irrupción de la fotografía digital, rescatan el momento: un chico de quince años, vestido de blanco y oro, recibía los trastos del oficio de matador de manos de un torero de referencia que, hace veinte años ya, caminaba de vuelta. Era el añorado maestro José María Manzanares, entregando la muleta y la espada en presencia de José Ortega Cano a un novillero que había logrado revolucionar el cotarro con vibraciones de elegido. Hablamos de Julián López El Juli, que había escogido el bimilenario anfiteatro de Nimes para convertirse en matador con las cámaras de Televisión Española retransmitiendo en directo lo que era todo un acontecimiento.

En eso también hemos cambiado. Quizás demasiado. Aquella breve ceremonia solo era el definitivo pasaporte al estrellato de un chico que era toda una figura social y taurina en aquel país de 1998 que aún no había sucumbido a la dictadura de lo políticamente correcto. Las limitaciones legales vigentes en España le habían obligado a curtirse en México –en el recuerdo aún campea el indulto del novillo Feligrés– antes de volver a la Madre Patria reconvertido en un auténtico fenómeno de masas. El Juli lo sabía todo, lo hacía todo... había puesto el toreo patas arriba y no dudó en apostar la mayor para encerrarse con seis serios utreros en la plaza de Las Ventas para despedirse de novillero. Lo suyo iba en serio...

En abril de 1999, unos meses después de su alternativa nimeña, se anunció en Sevilla junto a Curro Romero y Enrique Ponce para estoquear una corrida de Jandilla en una de esas tardes de expectación desbordada y reventá por las nubes. Julián, que ya había cumplido 16 años, le cortó una oreja al tercero y las dos al sexto, que le había herido. El jovencísimo matador no pudo atravesar a hombros la ansiada Puerta del Príncipe pero, en ese mismo momento, se había erigido en primera figura del toreo. Ya no se apearía nunca de esa condición. Desde aquella puerta que se quedó por abrir al glorioso indulto de Orgullito, el excepcional toro de Garcigrande que marcó la última Feria de Abril, el joven maestro madrileño había sumado otras tres Puertas del Príncipe además de obtener 29 trofeos en las cuarenta tardes cumplidas en la plaza de la Maestranza. La de Sevilla es, seguramente, una de las plazas que más y mejor le ha visto a pesar de las desavenencias empresariales, profesionales y personales que le han alejado de su ruedo en distintos momentos de su trayectoria. Fue en el coso del Baratillo, precisamente, donde El Juli sufrió la cornada más trascendental de su trayectoria. Sucedió en la yema de la Feria de Abril de 2013, que ya había marcado con su cuarta Puerta del Príncipe. Pero la sangre que le arrancó un fiero ejemplar de Victoriano del Río cambió su vida y hasta el futuro diálogo interior con el toro y la profesión. Ese percance le impidió cumplir su propósito de estoquear la anunciada corrida de Miura que iba a cambiar por completo vida de su sustituto: el matador sevillano Manuel Escribano.

Desde ese punto, hay que contar otra historia, la de un torero que, sin renunciar a sus galones de mariscal, caminó en el filo de la navaja en algunas tardes de precipicio que enseñaron que también es humano. Aquel mismo otoño iba a estallar la breve guerra del G-10 que ya se había ensayado en 2012 con el conflicto de los derechos de televisión que le alejaron por primera vez de su cita con Sevilla. Todos le consideraban el capitán de la asonada que se recrudeció, definitivamente, en las temporadas siguientes a raíz de las abruptas y famosas declaraciones de Diodoro Canorea que alejaron a la mayor parte de las figuras del coso maestrante entre 2014 y 2015.

Ese conflicto, de alguna manera, empañó la auténtica valía taurina de un maestro precoz que había evolucionado a la vez que maduraba como hombre. Hay hitos en su trayectoria que, de alguna manera, marcan esos cambios de época. El primero, dejando atrás la carrera de los números y las estadísticas fue su renuncia a banderillear todos los toros en la temporada 2004. En 2007 se marcaría la frontera definitiva después de inmortalizar al toro Cantapájaros de Victoriano del Río en la plaza de Las Ventas, la plaza de su pueblo y en la que peor se lo han hecho pasar. Pero este año se desquitó enseñando lo mejor de sí mismo con un gran toro de Alcurrucén.