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Actualizado: 18 ene 2018 / 11:07 h.
  • Mariano García simula el brindis de un par de banderillas en la plaza de España. / Antonio Delgado-Roig
    Mariano García simula el brindis de un par de banderillas en la plaza de España. / Antonio Delgado-Roig

Siendo de Camas tenía que salir taurino. Aquel niño que vio sus primeros festejos en la Pañoleta es hoy uno de esos aficionados que prácticamente está todas las horas del día pensando en el toro e inventándose planes para poder taurinear.

Mariano, que ha visto pasar por su emblemática cafetería Donald de la calle Canalejas a buena parte de los toreros, empresarios, apoderados de España y parte del extranjero durante las últimas décadas, fue ganando afición desde niño pero en otro bar, el que tenía su padre en la plaza donde todavía se levanta el viejo Ayuntamiento de Camas y que llevaba el nombre de Los Faroles. Allí, echando una mano a su padre y aprendiendo el oficio, intimaba con todos los profesionales del toro del pueblo que paraban por allí, y con quienes soñaban con convertirse en matadores de todos y dar varias vueltas a España llenando plazas. Lógicamente, Mariano se imaginaba con ellos haciendo kilómetros y kilómetros en un coche de cuadrillas junto a una figura. Y así, no fueron pocas las veces que en el viejo Vespino de Mariano se montaban el malogrado Ramón Soto Vargas o Antonio Chacón El Pela, entre otros, y los tres iban camino de las tapias en busca de una oportunidad en algún tentadero. Él nunca tuvo la idea de torear, pero esos días de campo, la convivencia, la charla taurina, el acompañar a los maletillas, y por qué no decirlo, alguna que otra fiesta, ya era para Mariano un éxito porque como aficionado se encontraba cerca del mundo del toro.

Cuando Mariano tiene 18 años entra a trabajar en la cafetería que hoy es de su propiedad y que entonces pertenecía a Manolo Ávila, el hostelero que realmente le enseñó el oficio. La cercanía al hotel Colón y a Radio Sevilla supusieron para él un salto de calidad, taurinamente hablando, porque por ahí pasaban todos los toreros del momento y puso ser testigo, por ejemplo, como José Luis Marca cerró su apoderamiento con el sanluqueño Paco Ojeda. Y él, que era un chaval, siempre revoloteaba alrededor del que podía para intentar arañar una entrada por aquí, la invitación a un tentadero por allá, o incluso un viaje a Madrid para hacerle a Jesulín de Ubrique una pregunta pactada y que este se bajara los pantalones ante toda España en un programa de Mercedes Milá.

Siendo de Camas tiene que ser de Curro, y le une una gran amistad con Paco Camino y admiró el tesón de Espartaco en sus años triunfales. Pero el torero que le cambió la mentalidad, que le ponía en tensión y que le hacía bombear el corazón y el alma era Ojeda. Aunque el toreo de arte le gusta a todos, con la forma de dominar a los toros del sanluqueño no parte peras.

La vida taurina de Mariano como aficionado pegó en 1982 un giro radical. Conoció en el Donald a Joxin Iriarte –empresario de la plaza guipuzcoana de Azpeitia– y desde entonces están tan unidos que, además de considerarse prácticamente hermanos, que Mariano está muy cerca en todo momento de la organización de esta exquisita feria que por San Ignacio reúne en el País Vasco a aficionados de toda España y Francia que buscan la emoción con algunos encastes que no todos quieren torear. Y con Joxin, sin ser parte de la empresa, es feliz. Es su hombre en el sur, va al campo, ve las corridas y ayuda en lo que puede. Su negocio va bien y le permite en cierta medida no tener que estar todos los días a todas horas al pie del cañón físicamente –la cabeza siempre tiene en mente el negocio– y en los últimos años y gracias a Joxin también ha podido estar en el día a día de los matadores de toros Paco Ureña y Curro Díaz, conocer su gran pasión aún más por dentro y desde la perspectiva del que se juega la vida. Y aunque Mariano nunca se la ha jugado ni quiso ser torero, desde su cafetería Donald borda el toreo con su ensaladilla. Es cumbre.