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Actualizado: 01 mar 2018 / 18:49 h.
  • Joaquín Moeckel, con castoreño y vara de picar, en la cuadra de caballos Enrique Peña. / Antonio Delgado-Roig
    Joaquín Moeckel, con castoreño y vara de picar, en la cuadra de caballos Enrique Peña. / Antonio Delgado-Roig

Alguien que ha nacido en la calle Adriano y su casa está entre dos puertas de acceso al tendido 11 tiene que salir taurino. Joaquín Moeckel, polifacético abogado por vocación y agitador de la sociedad civil por convicción, es un habitual de la plaza de los toros y aunque no resulta difícil verlo en uno de los privilegiados burladeros del callejón de la Real Maestranza, tuvo que hacer de todo cuando era niño para poder entrar en la plaza de toros.

Toda su afición nació una tarde que al llegar del colegio vio la puerta de la plaza abierta en el último toro, y ese no saber estarse quieto que le recorre el cuerpo le hizo entrar a ver qué era aquello que tenía al lado de su casa pero que nunca había visto. Ahí se hizo aficionado. Le encandiló el ambiente, el público, la música, los trajes de los toreros, el albero, las mulillas, etc. En definitiva, le encandiló la fiesta nacional. La historia de los Moeckel y los toros comenzó cuando el abuelo de Joaquín, Otto Moeckel Maisnerch, emigró de Alemania al Arenal y para conocer la idiosincrasia de la ciudad y adaptarse a sus costumbres se hizo abonado. Aunque no se aficionó demasiado, sí fue la semilla que hizo muy taurino a su hijo Otto y a toda la extensa prole que lleva el apellido Moeckel en la ciudad.

Entró en la plaza muchísimas tardes con pases de servicio, que lograba después de horas de espera en las viejas oficinas que tenía Pagés en la calle Zaragoza. También peregrinó por los estancos del barrio pidiendo cartones de tabacos vacíos y venderlos como viseras en las puertas de los tendidos de sol. Y también tuvo arte para pedirle un año al mítico Matías Prats el tarjetón de TVE que le daba acceso por la Puerta del Príncipe a todas las corridas. Sabía que el mítico locutor de gafas oscuras sólo estaría un par de días de días en la capital sevillana y sólo tenía que echarle cara un día a la salida del festejo para que aquel chaval de 12 o 14 años entrara todos los días por la Puerta del Príncipe vacilando ante sus amigos.

Las tardes de sol, de incomodidades en gradas y el buscarse la vida a diario fueron forjando su pasión por los toros. Ahí aprendió de los mayores a distinguir cuando una suerte está bien hecha, cuando un toro no era bravo aunque lo pareciera y por qué le pitaban a un torero que acaba de cortar las dos orejas a su enemigo.

Tanta afición tuvo que cuando comenzó a manejar algo de dinero se sacó un abono de sol y sombra. Como no pudo ir a recogerlo fueron en su nombre pero le hicieron ir personalmente. Cuando acudió a las taquillas se encontró con Eugenio, el veterano empleado de Pagés que tantos servicios de sol le había dado durante su niñez y que quería darse el gustazo de entregarle personalmente el primer abono que sacaba el intrépido Moeckel. Años después, y siendo ya abogado de la empresa Pagés, el gustazo se lo pegó nuestro protagonista. Accedió a la plaza por una de las puertas que solía revolotear de niño y le preguntó al portero, como hizo Palomo en la película Nuevo en esta plaza, si sabía quién era. «Sí claro, usted es el abogado de la empresa». «No señor, yo soy el chavalillo rubillo que tantas y tantas veces brujuleaba por esta puerta para ver si podía entrar a la corrida».

Ahora que gracias a su tenacidad y capacidad de trabajo es el abogado de la empresa, defiende los intereses de muchos toreros y ocupa un asiento privilegiado en la plaza, echa la vista atrás y no cree que viva ahora la fiesta de una forma mejor, sino distinta. En los tendidos de sol se estaba muy bien y a veces era mejor no saber algunas cosas internas de la fiesta que ha conocido como abogado de empresas y toreros. Su profesión también le ha hecho intimar con muchos matadores. Amigo personal de El Cid, lo sacó a hombros en su primera salida a hombros de Las Ventas y ha logrado conocer al José Antonio persona que hay detrás del Morante personaje. Y aunque ocupe ahora un asiento de lujo, también añora aquellas tardes de grada de sol cuando se volvía loco viendo la sevillanía de Manolo Vázquez y a aquel revolucionario sanluqueño que responde al nombre de Paco Ojeda.