Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 16 nov 2017 / 11:05 h.
  • Manuel Marchena pasea con un capote de brega por el paseo Marqués de Contadero. / Antonio Delgado-Roig
    Manuel Marchena pasea con un capote de brega por el paseo Marqués de Contadero. / Antonio Delgado-Roig

Manolo Marchena es taurino de cuna. No tiene complejo alguno en decirlo y mucho menos en pasearse junto al río con un capote de brega para sorpresa de los paseantes. El catedrático Marchena, que fuera hombre todopoderoso durante el mandato de Alfredo Sánchez Monteseirín en la alcaldía de Sevilla, es de esos aficionados que no duda en coger carretera y manta para seguir a un torero, y ahora que vienen tiempos difíciles para la fiesta nacional, defiende que no hay que defenderse de nadie ni de nada sino que lo necesario es ignorar los ataques al tiempo que hacer una promoción continua de la fiesta. Porque para él, el enemigo está dentro y en las pocas manos de empresarios, ganaderos y figuras del toreo que se reparten la mayoría del pastel.

La cuna taurina le llega por su padre. Allí veía como su progenitor trataba a diario con ganaderos y gente del toro en general porque se dedicaba a la carne, intermediaba en diferentes tratos, viajaba a las ganaderías y fincas, etcétera. Un trabajo que puede guardar un halo de romanticismo pero que el padre no quería para el niño. «Manolo, búscate una oficina». Ahí estaban las alcantarillas del toreo y de los tratantes que el padre quería que su hijo no conociera.

El ambiente en el decenio de 1960 en la vega de Brenes no era tampoco el más propicio para estudiar. El pueblo tenía un marcado carácter rural y lo normal era que el niño Marchena no se decantara por los estudios, porque a él también le tiraba el campo y el ganado. Tanto que en el corralón de la casa a veces ponían unos carros a modo de plaza y soltaba allí alguna de las vacas que tenía su padre encerradas. Lógicamente, de esas que se dicen que suelen saber latín e incluso y esperanto, por lo que la temeridad infantil alcanzaba cotas insospechadas.

Ese ambiente taurino del pueblo hizo que el joven Marchena en 1989 tuviera ya su primer abono en el coso del Baratillo. Era a medias con un amigo y en una grada de sombra, una ubicación que sigue considerando como la mejor comparando la calidad y el precio para ver los toros en la Real Maestranza. Aunque claro, eso de tener un abono a media creaba alguna discrepancia a la hora de repartir las corridas de postín. Cuando ya tuvo más posibles se pasó a una contrabarrera del cinco, donde comparte tertulia y amistad con el periodista Antonio Burgos y con el segoviano José Ramón Llorente, la persona que más sabe de toros de todas las que ha conocido. Y hasta antes de fallecer, la cuarta parta de esta particular tertulia la formaba el recordado y siempre visible empresario Ángel Casal.

Todo aficionado a la tauromaquia siempre tiene predilección por unos toreros más que otros. Pero siempre, y eso lo defiende a capa y espada, desde el respeto que hay que tenerle a una persona que se pone delante de un animal que puede quitarle la vida en un suspiro.

Y sobre los gustos taurinos de Marchena, no se encuentran esos toreros que normalmente han sido bautizados como toreros de Sevilla. Los del detalle y la llamada gracia sevillana no son su estilo, aunque siempre tiene el máximo respeto para ellos. Porque alguna vez uno hizo que casi se partiera la camisa en el tendido con una chicuelina. Aunque en este caso no era de Sevilla sino de Jerez. De apodo Paula y de nombre, Rafael.

Manolo es más de esos toreros que se lo ha tenido que currar desde abajo a base de mucho más sacrificio del que muchos aficionados puedan pensar. Así, en su lista están toreros como Espartaco, Manolo Cortés, El Cid o los hermanos Campuzano. Se aburrió de la «épica impostada» de José Tomás y ahora una de sus ilusiones se llama Antonio Ferrera.

Ahora que hay tiempos convulsos y algunos no se atreven a pregonar su afición, Marchena pregona que él iba a los toros «mucho antes que todo el PSOE». «El resto se sumó después, y más como un acto social». Pero él, de joven, venía del campo a la ciudad con los botos puestos para ir al Sánchez Pizjuán y a los toros». A ver a sus toreros. A los de fragua forja. Así es Manolo Marchena, el niño del tratante de un pueblo de la vega que se hizo catedrático y encontró la oficina que quería su padre.

En la sección Yo soy taurino aparecerán –con pausas y sin prisas– empresarios, políticos, artistas y reconocidos personajes de la ciudad para hablar sobre su afición por la fiesta nacional, divulgarla y fomentarla.