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Actualizado: 15 feb 2018 / 10:39 h.
  • José Rodríguez de la Borbolla, en su biblioteca particular imitando la suerte del volapié. / Antonio Delgado-Roig
    José Rodríguez de la Borbolla, en su biblioteca particular imitando la suerte del volapié. / Antonio Delgado-Roig

Hay que tener mucha sensibilidad taurina para ponerse de pie en medio de una conversación y explicar cómo era la gracia toreando de Antonio Bienvenida. «Abría así el compás, lo justo. Sin espatarrarse. Lo llevaba por aquí y por allí con gracia y con salero». Recordándolo se le vuelven a erizar los vellos de la piel, porque quienes tienen esa sensibilidad taurina asimilada son capaces de pegar un respingo del tendido sólo con un chispazo de arte. No hace falta mucho más para quienes sienten el toreo como parte de la vida.

Y José Rodríguez de la Borbolla, quien fuera presidenta de la Junta de Andalucía (1984-1990), lo siente. Se considera más amante de los toros que taurino y más apreciador que conocedor. Sabe mucho porque ha leído mucho, ha visto mucho y se ha fijado todavía mucho más. Y parafrasea una frase que El Cordobés, el fenómeno de Palma del Río, le dijo una vez para explicarle su éxito: «Yo no he podido aprender, pero ma’fijao mucho».

Desde muy niño se interesó mucho más por la faceta cultural de la Fiesta que por la taurina propiamente dicha. Gran lector, guarda en su casa como un tesoro dentro de su extensísima biblioteca una muy buena colección de libros sobre tauromaquia. Como de niño no tenía posibles para ir cuando quería a la plaza de los toros se fue por un camino que no siempre toma todo el mundo, el de culturizarse. Y así comenzó a leer, leer y leer sobre la fiesta sin haber pisado nunca una plaza de toros. Ya había tomado conciencia del peligro que supone un toro bravo, cuando en el año 1952 iba por la calle Feria y de repente se comenzaron a escuchar gritos de «¡un toro, un toro, que se ha escapado un toro!». La calle se volvió un manicomio y él todavía siente algo de sobresalto al relatarlo.

Con cierto lamento recuerda cómo la vida taurina estaba mucho más presente en el día a día de la ciudad, y cómo se venía venir de lejos a los taurinos. Cuando vivía de niño en la calle Julio César tenía al lado de casa el bar Los Tres Reyes, donde se encontraban habitualmente mucha gente del toro, y la farmacia de José Rodríguez de Moya, un gran taurino que siempre tenía espacio y tiempo en su día a día para improvisar una tertulia taurina en su botica. Ahora los héroes son los jugadores de fútbol pero antes lo eran los matadores de toros. Sólo había que pasar por Los Corales y ver las tertulias que se formaban alrededor de Juan Belmonte y Rafael el Gallo y la admiración que provocaban a quienes pasaban por allí. En la calle de atrás, en General Polavieja, paraba también su gran referente y maestro taurino, Baldomero Sánchez. Un corredor, hijo de un cochero de punto, que despachaba en El Portón de once a a una –luego continuaba en Trifón– y que siempre llegaba bien maqueado, oliendo a colonia fresca y con su puro siempre listo asomando por el bolsillo. Él fue el responsable de meterle a José en la conciencia qué es y cómo debe ser cada cosa en el toreo.

Cuando ya comenzó a tener algo de manejo y se podía permitir sacar una entrada de sol alto buscaba carteles en los que podía encontrar a toreros que sabía que iban a exprimir sus fuerzas para poder triunfar. Normalmente no estaban en el grupo de las figuras sino en un escalón que, aunque menor, también tenía tirón. Se define sin pudor como un admirador de la clase media aunque lógicamente pierde pie con Curro o Paula, y admiró tremendamente a Espartaco.

Como presidente de la Junta entabló muy buenas relaciones con la gente del toro, siempre con la ayuda del periodista y apoderado Rafael Moreno, y cada vez que podía dejaba que Manolo Vázquez, el jefe de ordenanzas del palacio de Monsalves, entrara en su despacho para cortarle el pelo. Le contaba cómo de joven había hecho la luna, y que se quitó por falta de valor. Se quedó como buen aficionado, que no es poco. Como José, que reconoce que para este reportaje ha sido la primera vez que ha tenido en sus manos y que el chispazo de arte de la media que ha pegado se debe a que es más apreciador que conocedor. «Yo no sé, pero ma’fijao mucho».