13, rue del percebe

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21 jun 2019 / 23:11 h - Actualizado: 21 jun 2019 / 23:23 h.
"Opinión"
  • Imagen de Nou Barris poco después de comenzar a construirse. / Fotografía: https://ajuntament.barcelona.cat
    Imagen de Nou Barris poco después de comenzar a construirse. / Fotografía: https://ajuntament.barcelona.cat

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Todo era mentira. ¿Lo era? Con los años yo también me hice catalanista, como la señora P y como mis amigos del barrio —todos creímos que era bueno que Cataluña tuviera una lengua, una cultura y unas instituciones fuertes—, pero ahora ya no sé si lo soy, porque no sé si el catalanismo es viable sin el nacionalismo, que ha demostrado ser incompatible con la democracia. Por lo demás, la melancolía no me alcanza para añorar el catalanismo católico, burgués y conservador de CiU, pero sí para preguntarme cómo es posible que se haya podrido tan pronto el idealismo generoso y razonable de tantos catalanistas honestos, a cuántos catalanes de pura cepa como la señora P engañaron los políticos del procés. Y dónde están.” (Javier Cercas)

Está claro que la cuestión de ser catalana no pasa por una voluntad propia, decido serlo y ya está, porque tengo todos los condicionantes: hablo la lengua, la mayor parte de mi familia es catalana, colaboro con mis impuestos y me he educado en Cataluña. Hay algo mucho más profundo, un corte, un sentimiento de que España ha estafado a Cataluña, coreado desde los primeros años del Gobierno de Jordi Pujol (que acaudaló una gran fortuna). Hay un rencor histórico que se traduce en una sola cosa, o te conviertes en nacionalista, y como los bautizados ya eres de una religión, o no serás más que un enemigo. No hay medias tintas. No olvidemos tampoco el gran despliegue que todo tipo de medios nos atosiga cada día para que no nos olvidemos que un problema desde la derecha nacionalista española hasta los fanáticos del procès, un problema identitario ocupa todo el tiempo diferentes escenas. Una se teme lo peor.

Leyendo el artículo de Javier Cercás me he sentido identificada cuando al final del mismo dice que las primera frase que aprendió en catalán fue M’agrada molt anar al col.legi. Llegaba de un pueblo de Extremadura, como muchas familias que llegaron desde Andalucía; yo misma, desde la provincia de Córdoba. Había un efecto llamada porque en nuestras poblaciones de origen nadie había invertido y el dictador prefirió impulsar el desarrollo industrial en Cataluña y País Vasco. Los latifundios empobrecían las poblaciones y aunque mis abuelos poseían algunas tierras y un pequeño negocio, la crisis y la ilusión de los jóvenes por irse de aquella miseria, hicieron que Barcelona fuese una de las ciudades elegidas por el mar y por la fama que tenía de acogedora. Y lo fue durante muchos años.

Recuerdo el bloque de pisos donde nos dieron por sorteo una vivienda espaciosa, luminosa, en Nou Barris. Mi tío, primo de mi padre, tenía una buena posición como alto funcionario y mediante su influencia, no nos engañemos, logramos aquella vivienda construida en los años sesenta. Según la página del Ayuntamiento de Barcelona, para acoger inmigrantes, gracias a la promoción de la Obra Sindical del Hogar, la cooperativa La Puntual y de empresas como Catalana de Gas, Telefónica y Fecsa.

Aquella escalera de siete pisos de altura y cuatro por rellano, con ascensor y portería, era un lujo sin infrastructuras: ni bus, ni médicos, ni colegio, ni apenas comercios. En el rellano nuestro había una familia andaluza de un pueblo sevillano, otra gallega, otra catalana y nosotros, que veníamos de Córdoba. Entonces, el vecindario salía a la calle y se generaban lazos afectivos y de solidaridad. Recuerdo que se prestaban sal o azúcar, o dejaban al cuidado a los pequeños si alguien tenía que hacer una gestión. En aquella escalera había una mujer catalana en el segundo que vendía telas, se amontonaban clientas. Mi madre compraba allí las telas para hacernos los vestidos a mis hermanas, había también una escuela de niños con síndrome de down en nuestro rellano que era el tercero, al cuidado de una mujer muy cariñosa también catalana de pura cepa. En el primero había una familia con cuatro hijos que se quedaron huérfanos, recuerdo que el padre trabajaba como operario en la Coca-cola. ¿Qué habrá sido de ellos? A la vecina catalana que tenía la escuela en su casa le llamaban Señora, la señora Gavaldà, el señor Gavaldà; a la gallega, simplemente Conchita, y a la sevillana, María. No eran señoras. Yo iba a una escuela que habían improvisado en otro piso de uno de los rascacielos –así llamaban a los bloques más altos- durante un curso, hasta que construyeron el colegio de monjas en la versión barrial de la congregación de Jesús María. Viendo el trato diferente que les otorgaban a los catalanes, también trabajadores, los vecinos venidos de otras partes de España, lo que yo quería era llegar a ser catalana, así que por las noches y gracias a un diccionario, - debía tener unos 12 años- la primera frase que aprendí a decir fue: Mireu, la porta está oberta. Mi gran ilusión era, al llegar a mi pueblo donde íbamos cada año, sorprender a la gente hablándoles en catalán. Si nos metemos de lleno en el inconsciente, el deseo de aquella niña era sin duda no ser minusvalorada por no haber nacido en aquella ciudad aparentemente tan acogedora.