78651

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01 jul 2017 / 22:22 h - Actualizado: 01 jul 2017 / 22:22 h.

Un número, cualquier número, no importa si mayor o menor. Fue un número, eso es todo, para dejar de ser persona, para arrebatarle mejor su dignidad. Me resisto a describir por pudor y vergüenza –he borrado varias veces lo escrito– lo que esto pueda significar en la vida de una persona, sea hombre o mujer, joven o vieja, judío o cristiano, musulmán o agnóstico. Una cifra para la indignidad tatuada en un cuerpo que sobreviviría porque se colocó en la fila correcta. «Di con determinación que tienes dieciocho años» y fue un consejo premonitorio. De la fila de al lado no se salvaría nadie, como tampoco lo hicieron sus padres, su hermano y su hermana. Cuando al holocausto lograron ponerle fin, empezó a resultar incómodo que los números interpelaran a las personas con nombres y con apellidos, con familia, con patrimonio, hasta con porvenir: ¿dónde estabas, Adán?, como el desesperanzado título del libro de Heinrich Böll. La Francia de Vichy siempre dice que en realidad estaba a las órdenes de Generales De Gaulles, que lo malo que hubiese podido ocurrir se debe a eso que conocemos como obediencia debida, pero cuando los famélicos números vuelven a la vida, la banalidad del mal no tarda en convertirse en una pesada carga que colectivamente no podemos olvidar.

Simone Veil fue un número, concretamente el 78651, pero sobre él reconstruiría una historia plena de dignidad con nombre propio y colectivo, porque con ella iría de la mano la historia de Francia y Europa. Magistrada en una época en que la justicia sólo la impartían los hombres, política y activista social, siempre tuvo presente que ella había nacido en un horror al que bajo ningún concepto se podía volver. Ese fue en esencia el argumento central de su discurso cuando en 1974, siendo Ministra de Sanidad, el presidente francés Valery Giscard d’Estaing le encomendó la defensa sobre la ley de la interrupción voluntaria del embarazo. Delante de una Asamblea compuesta por más de 450 hombres y sólo 9 mujeres defendió durante tres días y dos noches una ley para sacar de la angustia, la vergüenza y el dolor a las mujeres que libremente tomaban la que ella definía como una difícil decisión.

Años después, en 1979, sería elegida Presidenta del primer Parlamento Europeo elegido por sufragio universal. Que un numero de Auschwitz-Birkenau se colocase al frente de la institución que representa al pueblo de Europa es un maravilloso símbolo del que quería fuese su legado: Simone Veil siempre tuvo esperanza y a cada uno de nosotros nos habría llamado por nuestro nombre.