A Franco que no me lo toquen

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Álvaro Romero @aromerobernal1
27 ago 2018 / 22:30 h - Actualizado: 27 ago 2018 / 22:30 h.
"Viéndolas venir"

Va ya para medio siglo que el principal responsable de la mayor vergüenza española que recordamos de la época de nuestros bisabuelos, el general Franco, yace en un mausoleo faraónico que él mismo mandó construir para sus caídos, a los que él obligó a hacer aquella guerra incivil que condenó a España a la postración histórica hasta mucho después de morir él mismo absolutamente en paz, como un santo y no como un genocida. Para un país democrático como España, sobradamente moderno, era una auténtica vergüenza mantener el monumento de un dictador fascista. Insostenible. De hecho, ya se debería haber gestionado su desaparición en los gobiernos de González, primero, o Aznar, después. Pero no hubo huevos.

Si ahora se hace con un gobierno interino de estos que no pueden aspirar sino al decreto ley, al menos debiera tenerse en cuenta -y es aviso de navegantes- que luego, cuando la memoria de todos juzgue a los políticos de ahora, quedarán en ridículo histórico los que hoy están frivolizando el tema, porque es verdad, sigue habiendo problemas más urgentes, del día a día, pero solo un gobierno como este, con tan pocas aspiraciones a gobernar de veras, podía dar ese paso histórico que todo nuestro espectro político debería haber dado hace décadas en un ejemplar gesto de reconciliación que este país sigue echando de menos. Si el paso se da ahora con un gobierno tan endeble es porque los anteriores gobiernos no han tenido ni la decencia ni la madurez democrática de llamar a las cosas por su nombre y sí, en cambio, el complejo historicista de que es mejor no remover el pasado, como si así fuera posible construir un futuro.

La decisión de este gobierno volandero y novelero no lo retrata tanto a él como a un sistema democrático, el nuestro, que se azora cuando vienen tarde y mal a hacerle los deberes. Con todo, los que se retratan defendiendo al asesino o poniéndose de perfil, tengan cuidado: la fotografía de la Historia es solo un fogonazo que luego se eterniza en los libros.