A los ingleses se les ha ido la pinza. Definitivamente. Siempre fueron especialitos, con eso de las yardas, las pulgadas, las millas, las pintas y, para colmo, conducen por la izquierda. Se han marchado de Europa porque con ellos solos se bastan para hacer el chufla, parece ser. No contentos con eso, pretenden ahora cobrar a las empresas 1.000 libras por cada trabajador europeo contratado. En Reino Unido lo que no deben faltar son sepultureros, porque en eso de echarse tierra encima son líderes mundiales. Si le sobran los extranjeros, van a tener a afrontar una auténtica revolución. Los hooligans van a tener que dejar de emborracharse y abrir tiendas de todo tipo, para sustituir a los miles de hindúes que las regentan ahora. Los jubilados británicos van a tener que dejar el sol de Andalucía y Mallorca para estudiar Medicina. En una foto de un hospital inglés, donde había siete trabajadores, tres eran españoles, uno griego, una irlandesa, una alemán y el único británico era de origen paquistaní, según rezaba en el cartel que portaba. Los ingleses van a tener que a acostumbrarse a comer solos en los restaurantes, mientras su pareja le sirve la cena, para compensar los miles de camareros guiris que van a mandar a la Venta del Nabo. Y seguramente cambiarán el himno, pasando del God save the Queen al I, me, mine (Yo, mí, mío) de los Beatles. En un mundo donde se lucha por erradicar la soledad personal los ingleses aplauden y buscan la soledad común. Ya se arrepentirán. Al tiempo.