A mi papá le gusta el fútbol

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02 may 2015 / 19:40 h - Actualizado: 02 may 2015 / 19:42 h.
"Antiviolencia"

En León, un joven árbitro de 16 años fue golpeado salvajemente por el padre de un jugador mientras otro lo sujetaba para que no pudiera defenderse, tras un encuentro de la categoría de prebenjamines. Unos días después, en Granada, al finalizar un partido de infantiles entre dos equipos de barrio, otro padre le pegó al árbitro, también menor, y cuando salió a defenderle la presidenta del equipo le dio a esta tremendo zurriagazo con la chaqueta que seguramente le clavó una hebilla, porque la mujer acabó con una brecha en la frente y la sangre chorreándole por el rostro. Bueno, en realidad terminó con el chiquillo, el hijo del agresor, abrazado a ella y llorando si tenía que llorar.

Más o menos por los mismos días, en Cornellá de Llobregat, Barcelona, un grupo de padres del equipo de cadetes local agredió salvajemente al entrenador de 17 años de los visitantes. Tras una discusión por una decisión arbitral, el joven entrenador acudió a mediar ante los jugadores. Nada más verlo, unos cuantos energúmenos saltaron al campo y lo rodearon, lo tiraron al suelo, lo golpearon y patearon ante la mirada atónita de sus hijos de 14-15 años y de un graderío repleto de chiquillos. El entrenador es de origen magrebí, así que el lamentable ejemplo que le dieron estos señores a sus hijos pudiera tener también su poquita de xenofobia. Para que no le falte ni un perejil a la educación de esos niños, claro que no.

Estos tres episodios han sucedido en el plazo de cuatro o cinco días, y aunque yo de fútbol no entiendo que es lo que decimos casi siempre las mujeres, esto lo comprendo a la perfección: muchos aficionados necesitan como el comer, o más, que les den unas cuantas clases de educación. Pero a éstos, antes de la reeducación, a éstos que los lleven ante el juez. Porque lo cierto es que todo el mundo sabe, hasta yo que no entiendo, que estas agresiones no son un hecho aislado, y que los árbitros y técnicos de las categorías inferiores sufren persecuciones e intentos de agresión de forma habitual en toda la geografía española.

No es un hecho aislado. Seguro que lo han oído contar más de una vez como si tuviera gracia. Que el árbitro tuvo que huir por la parte de atrás del campo de un pequeño pueblo con una banda de parroquianos corriendo detrás del coche armados con palos, como corresponde a la presente etapa de la evolución de los homínidos. Y qué risa. Si lo hubieran alcanzado todavía más gracioso. Pues aquí estaremos superorgullosos del espíritu deportivo del país y de los triunfos del fútbol patrio, pero a veces la hinchada es, por lo que se ve, una auténtica vergüenza nacional.

Y ya esto de los papás de los jugadores de infantiles y cadetes es para hacer un detenido examen de conciencia. ¿Qué clase de valores deportivos dicen que transmiten esos padres a sus hijos? Vale que por ser padre no te conviertes en un ejemplo a seguir, como parece que creen algunos, pero ese espectáculo cavernícola debería estar prohibido en los campos de colegios y barrios. Será muy normal y muy de siempre, pero al energúmeno al que se le hincha la vena del cuello porque le pitan una falta a su hijo no lo deberían dejar entrar en el campo. Y si por ello no lleva a su hijo a jugar al fútbol pues que no lo lleve, allá que lo maleduque como quiera, pero en su casa.

Lo que de verdad demuestran estos hechos violentos son las carencias de una sociedad que ha logrado universalizar la escolarización antes que la educación. Que tiene muchos padres de los que no se puede aprender nada y muchos hijos expuestos a esa nefasta influencia. Aun así, me quedo con la imagen del niño abrazado a la mujer agredida. Toma ejemplo, papá.