Cuando Casa Natal de Velázquez se presente en Madrid durante la edición 2019 de Fitur (Feria Internacional de Turismo), a buen seguro muchos ‘touroperadores’ y periodistas se sorprenderán. O bien porque creían que Velázquez era más madrileño que el Museo del Prado, o bien porque presuponían que en Sevilla traspasar la puerta de una vivienda relacionada con un pintor ‘Patrimonio de la Humanidad’ era tan obvio como ir a Salzburgo y adentrarse en la Casa de Mozart. Cuando meses después comience su actividad y su nombre figure en cualquier agenda de actividades y lugares de interés para cualquier persona que transite por Sevilla, sevillanos incluidos, Casa Natal de Velázquez adquirirá la pátina de ‘lugar de toda la vida’.

El periodista y escritor sevillano Enrique Bocanegra, Premio Comillas de Historia y muchos años coordinador de actividades culturales de la Academia del Cine de España, ha logrado implicar al empresario Enrique Piñeyro y, comprando el inmueble por 1.400.000 euros, hace realidad su sueño de que ese vetusto caserío se preserve y se habilite como la Sevilla de Velázquez. Es ahora muy necesario un ‘flashback’ con secuencias que engarzan la memoria histórica de las vivencias artísticas que han acontecido en dicha casa durante los últimos 50 años. Siempre protagonizadas por la iniciativa privada: arquitectos, empresarios, pintores, diseñadores, críticos de arte,...

En 1972, cuando el paradigma del progreso y el bienestar de la mayoría de las familias acomodadas había mutado hacia el urbanismo de calles para los coches, y vivir en bloques de pisos con ascensor y garaje, el casco antiguo de Sevilla llevaba diez años sufriendo la demolición de centenares de inmuebles que representaban lo mejor de su arquitectura civil (tanto corrales de vecinos como casas familiares e incluso casas palaciegas). En cambio, algunas personas cultas, de procedencias tan distintas como la aristocracia, los estudiantes antifranquistas, la bohemia artística con espíritu de vanguardia y el empresariado latifundista, empezaban a entrelazarse por su coincidente consideración de que esa destrucción no era moderna sino reaccionaria. Porque el mayor encanto de Sevilla no es la Giralda sino su caserío.

En ese contexto, Ignacio Medina, duque de Segorbe, la persona que más edificios ha salvado en el centro de Sevilla, animó al empresario y ganadero Javier Guardiola a comprar en una recóndita calle la casa, buen ejemplo del encanto de la sencilla arquitectura popular de los siglos XVI y XVII, de la que se decía que fue el hogar de la familia de Velázquez cuando nació en 1599 y fue bautizado en la cercana Iglesia de San Pedro. Guardiola la adquirió, encargó su restauración al joven arquitecto y pintor José Ramón Sierra, y fue convencido por el pintor Manuel Salinas para convertirla en espacio cultural. En 1973 se inauguró como Centro de Arte M-11 y Guardiola fue el mecenas de una etapa sensacional, organizándose en dicha casa exposiciones, cursos, proyecciones, conferencias, ediciones de libros, y albergando muestras temporales de buena parte de los mejores pintores del arte contemporáneo español: Equipo Crónica, Luis Gordillo, Antonio Saura, Manuel Millares, Manuel Quejido...

No busquen esto en el Nodo. Para el franquismo cultural en Sevilla solo había tonadilleras. Pero M-11, de 1973 a 1976, fue uno de los principales focos de la ‘movida’ hispalense, y entre sus artífices y animadores cabe destacar el empuje de personas como Juan Manuel Bonet (que después ha sido, entre otras muchas facetas, director del Museo Reina Sofía y del Instituto Cervantes) y Quico Rivas (tipificado después como uno de los personajes de la ‘movida’ madrileña de los años ochenta). Bonet y Rivas también hicieron una notable labor escribiendo en ‘El Correo de las Artes’, la sección cultural semanal en este periódico, El Correo de Andalucía, convertido en vanguardia informativa. Páginas alentadas y coordinadas por el catedrático Antonio Bonet Correa, actual presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que revitalizó el Museo de Bellas Artes de Sevilla como director. En su texto de presentación a los lectores, el 24 de octubre de 1970, decía Antonio Bonet Correa: “Hoy Sevilla cuenta con gentes jóvenes y algunas ya maduras dispuestas a derribar las murallas que les han levantado para impedir la expresión de sus ideas o la libertad de sus creaciones artísticas”.

En ese ambiente de fértil convivencia entre sevillanos de nacimiento como Carmen Laffón y creadores de otras latitudes como Fernando Zóbel, cuando las referencias internacionales y la cultura popular se entretejen con toda naturalidad en el flamenco rock, en el teatro social y en las novelas de los ‘narraluces’, irrumpen en la moda Victorio & Lucchino como creadores y protagonistas de la mayor aventura de diseño a la vez cosmopolita y andaluz. Y como pareja de hecho cuando eso era un tabú en nuestra sociedad. Compraron en 1985 la casa natal de Velázquez, cercana a su domicilio, y durante más de 25 años fue la sede de su estudio y de su empresa. El lugar de trabajo y de relaciones donde encandilaban a personajes de fama mundial que en momentos puntuales fueron imagen de su ropa y de sus perfumes, como Claudia Schiffer y Catherine Deneuve, y también a miles de mujeres que no son seguidas por los ‘paparazzi’ y se desplazaban a Sevilla para que ellos las vistieran de ensueño con su inventiva.

Termina el ‘flashback’ en una casa ahora vacía, necesitada de una puesta a punto, y de nuevo llena de ilusiones. A Velázquez el arte le cabe en casa. Los promotores de esta inversión, tan simbólica y motivo de orgullo como patrimonio material e inmaterial de Sevilla, argumentan que se trata de ofrecer al visitante una experiencia inmersiva sobre un creador magistral y sobre una época de claroscuros. Les animo a ser fieles al espíritu velazqueño, de absoluta modernidad en sus lienzos para trascender más allá de las convenciones cortesanas de su discurrir biográfico. Por ello, lo mejor es combinar los conocimientos clásicos, las nuevas tecnologías de realidad virtual y la museografía más inspiradora, para que a la salida quien más quien menos se sienta partícipe del arte como emocionante verdad que compartir.