Los alcaldes de Sevilla y Sanlúcar de Barrameda se han reunido para poner en marcha el V centenario de la I Vuelta al Mundo que comenzará en 2019. Está muy bien que efemérides como ésa se las empiece a preparar con tiempo pero en las noticias de esa reunión no se menciona algo que es fundamental: que la celebración del acontecimiento compete, principalmente, a España. Esas expediciones cumplían entonces la misma función que las espaciales hoy; fueron empresas a las que la Historia confirió el carácter de nacionales y, como tales, contribuyen a la cohesión de la colectividad heredera de quienes las realizaron y a su proyección mundial. La llegada del primer ser humano a la luna no es un día de fiesta local en Cabo Cañaveral.
El gobierno de Rajoy se pasó la pasada legislatura parloteando sobre como acuñar la «marca España», una etiqueta que no sólo no tejió sino en la que, al contrario, puso –parece ser– todo su empeño en deshilachar.
En 2019 está la ocasión de volver a enjaretarla desde las más altas instancias españolas. Sanlúcar y Sevilla no van a perder nada porque en la primera estará eternamente la milla cero de la primera circunnavegación del globo y la segunda porque todo pudo realizarse gracias a la Casa de Contratación, la Escuela de Pilotos y los comerciantes que idearon y movieron la empresa. Ahora son las dos ciudades las que deben cumplir ese papel presentándose ante el Rey (que, seguro lo estará deseando) como ya hizo Sevilla en 1910 con el proyecto de Exposición Iberoamericana. Y no quedarse a verlas venir.