Abuela, madre, esposa e hija

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08 mar 2019 / 07:45 h - Actualizado: 08 mar 2019 / 10:23 h.
"Opinión","La vida del revés"
  • Abuela, madre, esposa e hija

Inocenta era analfabeta. Apenas aprendió a escribir su nombre aunque firmó los pocos papeles que le pusieron delante con una equis. La superstición hizo que rezara cada día pidiendo que su alrededor se mantuviera intacto. Por supuesto, eso no pasó. Los desastres que la vida nos tiene reservados no desaparecen así como así. Sacó adelante a seis hijos, nunca trabajó fuera de casa y se dejó la vida dentro, las oportunidades que tuvo entre las manos las aprovechó aunque fueron pocas y raquíticas. Desplegó una cantidad de amor que solo una madre sabe atesorar y repartir. Hasta el día de su muerte tuvo que arrastrar la condición de persona de segunda categoría que suponía ser mujer. Una guerra estúpida repleta de gran crueldad y una dictadura militar y religiosa de cuarenta años sentenciaron a toda una generación de mujeres. La España profunda convirtió a mi abuela en un fantasma. No hubo piedad. Sin embargo, es una de las mujeres más importantes de mi vida, una de las personas que más amor me ha entregado. Un amor sincero, auténtico y tan intenso que costaba un esfuerzo inmenso devolverlo con facilidad.

Hubo un momento que mi arrogancia natural me llevó a pensar que era listo, que me apañaba muy bien con las cosas del arte, con las cosas del amor; un momento en el que creí ser capaz de dominar las situaciones cotidianas y las extremas con cierta facilidad. Por supuesto, eran imaginaciones mías. Todo falso. Pero la vida, además de desastres inevitables, nos ofrece alguna oportunidad que otra. Silvia me enseñó a mirar un cuadro y a saber interpretar lo que veía; me enseñó a cuidar niños, a convivir, a olvidar (¡qué bien olvidan casi todas las mujeres!), a disfrutar. Gracias a ella la montaña rusa en la que se convierte un matrimonio ha tenido momentos de subida y de bajada. Sin ella, la cuesta hubiera sido pronunciada y mortal. Caída libre. Tampoco tuvo fácil las cosas. Miles de madres, como ella, han tenido enorme escasez de oportunidades laborales por haber traído al mundo a sus hijos. Sin embargo, a mí nadie me preguntó en ninguna empresa si iba a ser padre o algo parecido. Aunque todo eso da igual porque, les garantizo que mi esposa ha desplegado una cantidad de amor tan inmenso que cualquier bache o faena queda en segundo plano. El amor de una madre no tiene límite.

Gimena comienza a dejar ver una pre adolescencia insoportable. Tal vez, cuando sea adulta, tenga tiempo de explicarle que el universo saltó en un millón de pedazos el día que llegó al mundo. Demasiada testosterona acumulada durante demasiados años. Solo hermanos, solo hijos, mucho uniforme... Y, un buen día, una niña en casa que te dice que te quiere. Con Gimena constaté que todos los grandes cambios que he vivido han sido producto de la intervención de una mujer. Esa estupidez tan masculina que impide mostrar la sensibilidad respecto a la realidad, y que yo tenía tan desarrollada, se derrumbó; la zona más favorable para el cariño, para el amor o para las formas que nos acercan al territorio que siempre se le endosó a la mujer (seguramente es otra injusticia más que alguien tendrá que corregir con el tiempo) quedaron al descubierto. Eso solo lo consigue una mujer que aparece sin complejos, sin prejuicios respecto al hombre. Aunque sea una niñita. Imagino el futuro de las mujeres de la generación de Gimena y no creo que lo tengan mucho más fácil que las mujeres del siglo XX. Una pena.

No hace falta decir que sigo teniendo la sensación de poder sentarme junto a mi madre si lo necesito, pase lo que pase, sea como sea. Siempre está. Las madres siempre están en el lugar exacto. Así lo he vivido y así lo expreso.

Gracias a todas.