Ácido cínico

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19 nov 2016 / 23:32 h - Actualizado: 20 nov 2016 / 00:20 h.
"Tribunales"

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Ejuez O. W. Holmes, del Tribunal Supremo de los EE.UU, sentenció que para distinguir con precisión el derecho de la moral lo que había que hacer era pasar al primero por el ácido cínico. Durante su magistratura, que duraría de 1902 a 1932, haría gala de una forma muy pragmática de entender el derecho. Concretamente lo entendía como el conjunto de conocimientos necesarios para sobrevivir en presencia de un juez o como la panoplia de consejos convenientes para mantenerse alejados de los mismos. A partir de este modo de entender la ciencia jurídica el magistrado Holmes dejó una abundante colección de votos discrepantes cargados de enorme realismo y por lo mismo profundamente polémicos. En su activo queda el no haber traicionado nunca su realista forma de abordar el conocimiento de los casos que, por turno, le correspondían. Profundamente respetuoso con el principio democrático, “aprendí que yo no era Dios”, colocaba muy lejos la frontera de la inconstitucionalidad. La sociedad tiene derecho a equivocarse, a aprobar leyes estúpidas o sencillamente rechazables; cuando la gente quiere aprobar algo que no es contrario a la Constitución, hay que dejar que lo hagan.

El test del ácido cínico, nacido de la inteligencia de un juez no sé si profundamente humano o buen conocedor de lo que significa serlo, es válido para muchas otros aspectos de la vida. Con su aplicación lo que se busca es desnudar las pretensiones de las partes hasta dejar a la vista el tuétano de sus intereses más primarios, lo que realmente hay detrás, lo que a veces ni tan siquiera se intuye por encontrarse bien escondido, pero que es sin duda el motor principal de la acción. El corrosivo cínico consigue arrastrar las impurezas de los valores y principios con los que frecuentemente se envuelven todo tipo de discursos, con eficacia acreditada en los que vienen plagados de las ideas más vehementes o cargados de palabras mayestáticas.

Sobre el reverdecer de las banderas, las ideas de soberanía, los reclamos de democracia pura, el lenguaje de opuestos –amigo/enemigo-, los discursos sobre financiación autonómica o las elocuentes afirmaciones de recuperación de libertad secuestrada, conviene aplicar ácido cínico por un par de razones: porque somos seres humanos y por la evidencia histórica de que la justicia, la igualdad, la democracia y la solidaridad no están en nuestro código genético, sino que son bienes y valores delicadamente construidos por una civilización que aspiró a trascenderse, sobrevolando su pobre condición. Pongan en una probeta una muestra de Trump, Brexit, Farange o Le Pen -pueden hacer lo mismo con nuestros íncubos patrios tipo-, y viertan sobre ellos el corrosivo cínico, déjenlo actuar unos minutos. El olor es normal e incluso señal de que el ácido actuó correctamente, no se alarmen. Olemos a eso.