Adiós

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02 nov 2017 / 23:40 h - Actualizado: 02 nov 2017 / 23:42 h.

Este será mi último artículo en El Correo. Hay que ser coherente cuando el destino nos alcanza y leal con las vicisitudes de la existencia que pueden afectar a los demás. Y, sobre todo, hay que ser humilde.

Abandono también cualquier atisbo de que nadie en mi derredor pueda ser sojuzgado por lo que digan de mi.

Quiero agradecer a El Correo su apoyo. No hubo un solo cambio de línea en ninguno de mis artículos y tan solo en una ocasión, escribieron Cataluña donde yo –por respeto a esa tierra–, puse Catalunya. Y eso que pasaron Trapero, los atentados de Barcelona, Cortés Elvira o Guerra. También discurrió por aquí Ortega Bru o el Corpus, vistos desde los ojos del niño que fui y que es.

El camino de la existencia es un sendero de aceptación. Era Jung quien sostenía que asumir la realidad es el camino para superarla. Me costó comprenderlo, por cuanto enlazaba con la tradición budista y tal vez con la cristiana, si bien esta última edulcorada con la visión complaciente del sufrimiento.

A pesar de mis resistencias, he acabado admitiendo que la oración no es un hecho religioso y que el amor incondicional puede consistir en dejar que aquellos a los que quieres solo puedan ser felices sin ti, aunque no entiendas que no se asomen siquiera a estas líneas.

Quiero agradecer su comprensión a mis lectores y a mi maestro Goytisolo, tan humano como para prostituirse con un Cervantes entregado por un Rey, solo para paliar la precariedad en los que amas.

Y quiero expresar todo mi cariño a quienes han estado. A Mónica, que volando sobre la muerte en caída libre aún tuvo tiempo de pararse y sentarse a mi lado. A Inma, con esa fe cándida e inocente de que si tienes razón, ganarás. A Manuel, que me sacó del abismo en un ambulatorio de nombre Vallina, un médico libertario que acabara sucumbiendo en el exilio que yo ahora inicio. O a María Jesús silente e invisible allende mar adentro.

Afronto el sendero descendente que intuí hace tres años; y en el que no he parado de ganar. He ganado la desaparición de todos; la recuperación de una madre; y, sobre todo, la convicción de que los accidentes te descubren detalles ignorados. Aun hoy, es un consuelo salir del portal en el que vivo y asomar un sol reconfortante cuando no paras de temblar.

Los cuerpos pueden desaparecer; meros instrumentos de la memoria emocional de nuestra existencia. Hoy acepto mi muerte como signo de vida.