La imagen de un congreso nacional cargado de chupas y melenas duele a los más conservadores. La fotografía de una madre con su bebé en el hemiciclo indigna, sobre todo, a los que defienden derechos más allá del postureo. Pero lo cierto es que la sesión parlamentaria del miércoles en la carrera de San Jerónimo refleja lo mucho que ha cambiado este país en pocos meses, en pocos días. La entrada de Podemos en el hemiciclo es el resultado de una sociedad que ya no confía en las instituciones tradicionales, ni en los políticos al uso. La desafección es el resultado de la concentración política de dos partidos, PP y PSOE, que se han preocupado mucho más de ocupar los cargos en las Administraciones que en hacer partido. Y ahora lo están pagando.
La sociedad votante es la que decide y lo hace llevada por el interés, como no puede ser de otra manera. Los flagrantes casos de corrupción, de uno y otro lado, es decir, la falta de control en las personas y en las cuentas de las formaciones políticas, ha conducido a un debilitamiento de la democracia por la desconfianza de los ciudadanos. Pablo Iglesias se ha configurado como el héroe que rompió la marginación de la minoría política, ahogada por la mayoría y sus excesos.
La crisis nos ha llevado a una nueva revolución política, social y económica que no es un espejismo, aunque pueda ser un oasis para aquellos que solo buscan la rentabilidad en el desorden y la inestabilidad. El problema de antaño se ha convertido en una realidad presente que hay que gestionar. El paso lo tienen que dar aquellos que han demostrado gestión y capacidad, abandonando el rencor político y uniendo las fuerzas para ofrecer al ciudadano las máximas garantías de estabilidad. Es el momento.