Al borde de un ataque de huevos

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28 nov 2015 / 07:50 h - Actualizado: 27 nov 2015 / 22:08 h.
"Gastronomía"

Que no, que es sin segundas: que hablo de huevos camperos. Esos de los que uno va presumiendo por ahí con cosas como vaya tela cómo estaban aquellos huevos, madre de Dios, y lindezas por el estilo. Pues bien: tras el último batacazo de la Gastronomía de la Liberación, con el resultado de ocho intoxicados y miles de acongojados, resulta que ahora a ver quién es el guapo que le pega un lametón a un tomate de campo (pero de campo, campo; de los que tienen tierra y cagajones de mulo y todo eso tan romántico), a un lustroso pepino engendrado, no creado, o a un muslazo de pollo de corral sin las debidas precauciones. Es que como lo natural no hay nada, gritan a coro las voces celestiales en la plaza de abastos. Pues sí. Que griten. Pero a ver si nos hemos olvidado ya de que la proliferación en los hipermercados de barquetas con tomatitos imaginarios y redonditos pintados a la acuarela, pechuguitas de pollo que se disuelven en aceite y que nos cambian de sexo y otras delicias de la modernidad tienen su origen en la espantada que dimos todos de la santa madre naturaleza. Vamos, que las colitis que se cogían en los años sesenta eran la repanocha, por si alguno se acuerda. Así que de ese modo pasamos la vida agarrados a un tablón de náufrago en alta mar: si comemos lo de ahora nos entra un cáncer como un Miura; si comemos lo de antes nos deshacemos en una diarrea cósmica. Puestos a morir, mejor que no sea de tontos y comer lo que está bueno, con la moderación que nos caracteriza, ejem. La semana que viene hablaremos de lavarse las manos. Ese arte olvidado.