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Al final sólo hay personas

La vida del revés

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01 dic 2017 / 23:00 h - Actualizado: 01 dic 2017 / 22:00 h.
"La vida del revés"

Ser padre te enseña mucho. Es un trabajo como otro cualquiera en el que la experiencia debería ser un grado aunque no suele ser así, en el que no se respeta horario alguno (veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año), en el que la remuneración económica es nula y un trabajo que se regula por un convenio colectivo muy frágil que se revisa cada cinco minutos para cosechar grandes peoras. También es cierto que es una labor elegida libremente, muy enriquecedora y por la que se reciben grandes satisfacciones (más que sinsabores).

Ser padre te enseña, sobre todo, a negociar a todas horas con distintos tipos de personas (de toda condición posible).

En mi caso, con el mayor de los chicos que es tranquilo hasta lo improbable e independiente hasta lo asombroso; con el segundo que maneja una capacidad intelectual y una inteligencia que tira de espaldas; con el tercero que se conforma siempre y que es incapaz de hacer algo que moleste a otro, que se arrima de forma adorable al mundo de las artes sin prejuicios; y con la pequeña que se proclama reina de la casa, que es feliz hasta más no poder e insaciable en su forma de conocer la realidad. Cada uno de ellos distinto, cada uno formando parte de ese todo que es la familia.

Lógicamente, ser padre supone tener o haber tenido pareja. En mi caso, la tengo y ya suma veinticinco años la aventura. Y supone más negociación, más diferencias que limar porque, eso de que los que duermen en el mismo colchón se hacen de la misma condición es cierto, pero menos.

Yo, que he sido siempre muy de doble mortal con tirabuzón e interpretación simultánea de algo de Bach al hacer cualquier cosa, tengo a mi madre en casa. Y eso multiplica todo lo anterior. Lo mío es un máster en negociación. De los difíciles. Y, sin embargo, logramos vivir con cierta normalidad, con tranquilidad. Se podría decir que somos felices o algo parecido.

Pues bien, pienso en los políticos e imagino que ellos, también, serán padres y madres, que tendrán vidas similares a la de cualquier otra persona. Y no comprendo cómo no son capaces (la mayoría de ellos) de trasladar sus experiencias familiares a su vida profesional. Porque, al final, siempre nos encontramos con personas con las que negociar. En Cataluña hay personas, en el País Vasco hay personas, en Andalucía o Madrid lo mismo? Y, porque al final, se trata de respetar, de escuchar con atención y de intentar un acuerdo con el que todo se viva sin grandes alteraciones puesto que lo que se termina haciendo es consensuado. Es verdad que, en ocasiones, no hay más remedio que evitar movimientos para que la cosa funcione y que conviene que todo el mundo sepa hasta donde llegan sus deberes, sus obligaciones, que todo el mundo sepa lo que son los valores fundamentales sobre los que se soporta el día a día. Hay cosas inquebrantables. Siempre las hay. Decir no, saber decirlo y tener tolerancia en el momento en que se recibe, es importantísimo. Pero, claro, eso no es lo mismo que imponer sistemáticamente, cerrarse en banda en asuntos que pueden discutirse como cualquier otro o, sencillamente, no escuchar. Jugar a ser todopoderoso no funciona ni a la de tres. Jugar siendo ventajista y tratando de cargar el mochuelo a otros o a las leyes o a la tradición o al mal momento o a lo que sea, no suele ser el camino correcto ni sirve para irse de rositas. Eso de qué van a decir tus hermanos o qué van a decir el resto de españoles, no cuela. Los hermanos o el resto de españoles, ante un cambio de dirección coherente, no rechistan.

Termina el año 2017 y conviene que algunos políticos se planteen con seriedad que el diálogo es estupendo, que preguntar a los ciudadanos es lo que hay que hacer, que el que quiere tener un cortijo lo debe comprar con su propio dinero y nada tiene que ver con el bien común. Que la diversidad cultural es importante y, por ello, hay que mantenerla intacta, que la forma de entender el mundo no es única. Y que, por narices, las cosas se logran de forma momentánea y son, al mismo tiempo, el caldo de cultivo de un cambio mucho más radical en el futuro. Los políticos deberían entender que la libertad es eso que nos permite ser felices. Deberían intentar una pedagogía alejada de los miedos a los cambios. Esos cambios pueden plantear dificultades, pero no son un problema, ni una amenaza.

La condición de padre no la da tener hijos. Los hay que ni se han preocupado por los suyos ni lo harán jamás y el título de padre o madre es una anécdota. Ni se sienten padres ni les tiene por tal. La condición de gobernante o de representante de un núcleo de la población no lo aporta el ostentar un cargo público o político. Los hay que sólo buscan su propio beneficio o el de un partido concreto, un puñado de votos y poco más. Los hay que no representan ni a los que les votaron. La condición de algo tan importante como ser padre o representante de los ciudadanos hay que conseguirla día a día, sin pensar en uno mismo y escapando del ordeno y mando. A veces, se confunde el terror con el respeto sin tener en cuenta que, bajo la amenaza y el no por sistema, los que nos rodean terminan huyendo a la primera de cambio.

Este final de año es un buen momento para comenzar a pensar en los demás desde el respeto a lo diferente, desde el diálogo que busque soluciones, desde una escucha activa. Como lo hacemos todos en casa.

A ver si tenemos suerte y es así. Porque al final sólo hay personas. Y eso es lo importante. ~