Al otro lado de la ventana

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24 nov 2016 / 08:01 h - Actualizado: 24 nov 2016 / 08:06 h.
"Excelencia Literaria"
  • Al otro lado de la ventana

Por Emma Roshan / Ganadora de la XII edición

El pitido del electrocardiógrafo contrastaba con el bullicio de la ciudad, especialmente el de los coches y las motocicletas que trataban de abrirse paso entre la muchedumbre de peatones.

Desde su cama, colocada cerca de la ventana, podía ver el cielo, que aquella mañana estaba teñido de un azul intenso.

Tumbada, sin poder moverse a pesar de estar consciente, cosida por tubos y cables, Marta se sentía aislada del mundo en aquellas cuatro paredes, aunque sabía que muchos otros enfermos la acompañaban en el mismo hospital.

De repente un canto comenzó a flotar en el aire, acariciando sus oídos. Era un petirrojo que se había posado en un el árbol junto a su ventana. Lo reconoció porque todos los días acudía a la misma rama, en la que había construido un nido.

El pájaro estuvo cantando durante un rato, hasta que batió las alas y emprendió el vuelo, perdiéndose en aquel cielo que quizás ella no volvería a contemplar.

El ritmo del pitido de la máquina empezó a acelerarse. Una enfermera entró en la habitación al poco tiempo. Se acercó a la cama y observó a la anciana, cuyos ojos se cerraban poco a poco.

—Marta, ¿estás bien?

Al fin abrió los labios, pero no consiguió articular palabra.

Por un momento se imaginó convertida en aquella pequeña ave, que ascendía y surcaba el cielo salpicado de nubes. Ya no sentía el dolor que la había estado atormentando durante años. En cierto modo, durante aquellos instantes había logrado sobrepasar todas las barreras que la vida le había impuesto.

Dos semanas más tarde Marta salió por la puerta principal del hospital, apoyándose en un bastón. Sintió en la piel, por primera vez en tres años, la dulce brisa. Entonces un pájaro pasó volando por encima de ella, trayéndole un viento cálido.

Marta se sentía con fuerzas renovadas.

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