El pasado 7 de junio fui testigo de excepción de algo que uno nunca quiere ser, y fue conocer el fallecimiento de Ignacio Echevarría por el atentado terrorista sucedido en Londres por boca del presidente del Parlamento europeo, Antonio Tajani. Nos lo comunicaba a todos los asistentes al Seminario Jóvenes y Memoria. Recordar para el futuro que se celebraba en Bruselas, dentro de las actividades que la Fundación Alberto Jiménez-Becerril desarrolla anualmente.
Allí, y sobre todo los días posteriores, hemos ido sabiendo como un joven español dio su vida por salvar –o por intentar salvar– la de los demás, en este caso la de un policía, y con toda seguridad la de muchas personas que pudieron ponerse a salvo durante los 40 segundos que Ignacio Echevarría –monopatín en mano– intentaba repeler la matanza que allí se estaba produciendo.
Que el mundo se está volviendo loco es algo que creo que ya nadie duda, que uno no se puede sentir tranquilo en parte alguna es otra realidad que desgraciadamente nos va a tocar vivir en los próximos años; pero de igual manera, no es menos cierto que tampoco podemos vivir encerrados o con miedos permanentes.
Cada vez que vea una tabla sobre ruedas, veré algo más que un monopatín, veré unos valores bien asentados por una familia que supieron transmitir a sus hijos, veré nobleza, veré valentía (que no todos somos capaces de tener) para socorrer al prójimo, para ayudar a los demás... cuando vea un monopatín veré a Ignacio Echevarría.
Ahora todos le debemos –al menos– recordar lo que ocurrió, porque teniéndolo siempre en la memoria es una forma de tenerlo siempre con nosotros.
Mientras tanto, ¡sé feliz!