El gran problema con el que se está enfrentando, actualmente, el ser humano es que tiende (en los países más y mejor industrializados) a ser, cada día que pasa, un poco más tonto. Sí, ya sé que esto no gusta a nadie, pero es lo que hay.
Por ejemplo, presumimos de estar muy al día de lo que sucede en el mundo porque leemos lo que se publica en Twitter o en Facebook. En realidad, las redes sociales son la peor forma de enterarse de nada; son el reino de la posverdad. Por ejemplo, presumimos de poder piratear todos los libros del mundo para poderlos leer en nuestros aparatos electrónicos. En realidad, se lee muy, muy, poco. Y, encima, se lee mal. De nada sirve acumular libros pirateados. Por ejemplo, presumimos de poder lanzar satélites al espacio como si eso fuera algo sencillo y, al mismo tiempo, no logramos enviar con garantías cuarto y mitad de queso manchego a los países más desfavorecidos.
Nos hemos convertido en eso que hace unos años los grandes pensadores nos decían que era detestable, en eso que no nos gusta ser porque sabemos que esos pensadores tenían razón. Otros, nos cambiaron la lealtad, la amistad, el valor o la buena educación por las cuentas de resultados, por primas de riesgo adelgazadas, por todo aquello que fuera material... Y nos lo tragamos sin rechistar. Resultado: sociedad hiperconsumista que vive en la necesidad constante y en la incultura más atroz.
Las sociedades se vacían por los cuatro costados. Hemos olvidado que nuestra misión es la de ser más persona al morir que al nacer, cuidar de los demás y morir con las cosas colocadas en su sitio. Pero hemos convertido nuestra existencia en un saldo y en una herencia. Patético.