Andalucía necesita gestión y más gestión para resolver sus problemas coyunturales y estructurales en el contexto de la globalización donde nos hallamos. Menos política retórica, de gestos y declamaciones y más actuaciones materiales que se enfrenten con los desafíos pendientes. No valdrá después de la abstención quejarse solo del Gobierno Central; los ciudadanos se hartan. Existen retos que no por conocidos siguen siendo obvios por necesarios: un crecimiento más veloz y sostenido que el actual —aunque las previsiones sean buenas—, el objetivo mayor está claro: resolver la emergencia social de nuestro desempleo general y juvenil; una necesaria industrialización, nuestro déficit crónico; una productividad basada en la innovación tecnológica; una aceptación rotunda de los motores tradicionales: agroindustria, turismo y construcción, que no su demonizacion; empresas de talla más grandes y exportadoras y menos dependientes del BOJA; una privatización general de la vida económica, soltando lastre y grasa la Junta de Andalucía; el mantenimiento del Estado del Bienestar andaluz, articulando su sostenibilidad económica; un aprovechamiento real de nuestras ventajas competitivas y comparativas de índole cultural y geográfico en la mundialización, que por cierto no tiene marcha atrás.
La agenda parece estar clarita pero no se notan resultados en su construcción. Andamos en la vida partidaria, judicial, y de declaraciones; en un contexto donde la mayoría de los políticos han leído poco. Perdón, han leído y conocido poco sobre los retos descritos, que no del conocimiento sobre la supervivencia en el poder y la oposición. En esto, ni Podemos ni Ciudadanos han aportado nueva savia verdaderamente.
Y en esto llegó la crónica anunciada de la autofagia del PSOE; cuya referencia continúa tiene para bien o para mal, al PSOE de Andalucía y a su lideresa como indiscutibles epicentros. Está todo dicho desde las distintos sectores, corrientes o bandos. Me quedo con el diagnóstico de Pepe Borrell, para simplificar. Y en el estilo y comportamiento de Javier Fernández, el presidente de la gestora; que todos deseamos que sea realmente libre y ecuánime.
El problema de fondo es el caos ideológico y táctico de la Socialdemocracia europea; casi la única socialdemocracia del mundo. No hay rumbo, porque se muere de éxito al conseguirse en décadas anteriores por partes de estos partidos, su fin central: el Estado del Bienestar. Por supuesto que imperfecto, que mejorable, que con mayores logros a conseguir. Pero resulta ser que nos llega la globalización de los países asiáticos emergentes, los pobres se revelan, el envejecimiento demográfico, la torpeza de la tecnocracia de Bruselas, la quiebra de los estados nacionales del sur de Europa. Y los partidos socialdemócratas responden como hacían en el siglo XX, con gobiernos de derechas y políticamente correctos y una militancia que creen controlar, de carácter muy izquierdista. Pero ahora sin objetivos ni alianzas entre ambas capas. Se rompe este win to win de las instituciones de gobierno y los votantes. En España, se han perdido por estas razones casi la mitad de los votos del PSOE desde 2011. Una hecatombe prácticamente el doble que la media europea; y con una tendencia desgraciadamente posible de poder replicarse la pasokización griega o el modelo radical italiano.
Se dice que el PSOE es mucho PSOE y que tiene su cultura propia. Ambas cosas son evidencia empírica y por consiguiente, real. Pero ya está bien analizar la situación actual con parámetros del último cuarto del Siglo XX: ni vale Suresnes, ni los Pactos de la Moncloa, ni la brillante etapa de Felipe González, ni el modelo de Susana Díaz de controlar el partido. Son hechos exitosos de otro siglo; no del siglo XXI. En eso no estoy de acuerdo con el presidente de la Gestora, mirándose en la cultura tradicional del partido para resolver la encrucijada actual. Hace falta saber que está sucediendo con Corbyn en Reino Unido; como Merkel ha fagocitado al SPD; como el partido socialista francés se derechiza; y sobre todo como han vuelto los partidos socialdemócratas escandinavos al poder, luego de años de gobiernos liberales y de ajuste del Estado del Bienestar.
Los votos socialistas se han refugiado en los sectores mayores y rurales de nuestra sociedad, se han perdido los jóvenes, los votos urbanos, de las clases medias innovadoras y de los empresarios emergentes. Así es imposible gobernar en cualquier país moderno y resolver las cuitas de los sectores sociales necesitados; que son desde las clases medias a los excluidos.
Esta situación, como siempre es retardataria en Andalucía, pasa lo mismo que en España pero tarda más en llegar en toda su crudeza. Además me disguste también a mí que soy votante y simpatizante socialista —y en esta crisis lo seguiré siendo, por tanto lo que hago es autocrítica— las características antes referidas del voto, son las características de buena parte de la población andaluza. Por otro lado, la mayor parte de la clase política andaluza, y cada vez más, en gobierno y oposición, no ha trabajado nunca en algo que no sea la profesión de político o de gestor público.
Quiero decir que como se está moviendo la crisis del PSOE y la demoscopia socialista, es muy probable que las tendencias anteriores se acentúen en nuestra región. Ya son ciertas en el litoral y en los núcleos urbanos. O tomarán forma de abstención galopante.
Pues bien, Andalucía necesita más que nunca gestión institucional del PSOE, y menos gestión orgánica del PSOE. La mejor carta de presentación del partido socialista es la del arrojo y valentía en las medidas a tomar en el gobierno de Andalucía; en dejar el sitio a los empresarios; en facilitar la tarea del crecimiento, de un crecimiento de más del seis por ciento. Lo demás es esperar que llegue el relevo institucional o la huida hacia delante; sin afrontar los problemas, no como sargentos o cabos, si no como inteligentes timoneles de Andalucía. Nuestra Comunidad no puede perder otra revolución, ahora tecnológica y global, por mirarnos en los nudos partidarios de lo orgánico.