Antes de abrir

Y antes de abrirse la puerta, dentro no solo hay unas naves apretadas de cirios, cruces, costales e insignias. Hay una historia centenaria presente en la razón de que cada detalle a contemplarse sea así

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08 abr 2017 / 22:45 h - Actualizado: 08 abr 2017 / 22:47 h.
"Cofradías","Semana Santa 2017"
  • Antes de abrir

Hay un momento en la mañana de hoy, distinto seguramente para cada quién pero común para todos, en que estrenamos la memoria. No sé si aun perdura la tradición de los estrenos en el vestir del Domingo de Ramos, en los temidos zapatos, en cualquier detalle que evite quedarnos mancos como decía el refrán de que «el que no estrena el Domingo de Ramos no tiene manos». Que asistir mutilados a esta exaltación primaveral y sacra de los sentidos, debe ser el castigo mayor para estos días. Eso no lo sé. Pero sí estoy bien seguro que sí que estrenamos hoy la memoria. El pasar de disfrutarlo todo como una víspera a comenzar a sentirlo como ya vivido y pretérito. La primera página pasada. La clepsidra de la nostalgia que deja caer sus primeros cristales de arena por la angina del gozo. El tiempo feliz que empieza a enseñar su espalda.

Y porque es la primera plenitud abatida, al paladar se nos pega el sabor de una gota de licor amargo en la dulce explosión del día. ¿Saben cuál es para mí ese momento? Cuando a la Dolorosa de San Juan de la Palma, dispuesta en el interior de su templo, con su candelería plenamente encendida, le acercan la caña y comienzan a irle apagando sus tandas de cera. Corre tan deprisa la mañana que apenas parece las prendieron un rato antes. Para hacer pabilo y sobre todo para mostrarla a Ella radiante en la luz máxima de su atmósfera de oro.

A esta hora ya vendrá la Paz por el Parque y habrá en otros templos cuerpos de nazarenos formados como venas a punto de ser heridas. De sangre noble azul por San Julián, roja arterial por los Terceros, limpia e inmaculada en el Salvador o enlutada de presagios en Molviedro. Y al poco le cerrarán a la Amargura las puertas de su casa para las visitas. Para que vaya despoblándose de chaquetas y aguarde túnicas albas de locura como la de su Señor del Silencio. Pero antes, digo, se habrá producido ese momento del primer ay, agudo como una saeta, en el ánimo. Le apagan sus velas a la Amargura y el rostro de nuevo se le ensombrece en su morenez compungida. Algo así como nos sucede en el alma sin que perdamos por eso la alegría del día. Todo lo contrario creo yo, la hace más solemne.

Pues bien, desde ese instante y hasta que den las ocho menos cuarto en la puntualidad del programa y en las bisagras del portón monumental de la Iglesia, igual que sucede en todas las salidas, la madera cerrada parecerá convertirse en una boca sellada de secretos. Dentro, las insignias bajarán de su altar y la Cruz y sus faroles se apoyarán interiormente en los cuarterones robustos de la puerta. Y cada banderín con su manojo de varas irá al pilar correspondiente donde se forme cada sección. Allí llegarán desde el presbiterio las canastillas de los diputados para ir ordenando el cortejo. Guillermo y Carmen, priostes (démosle su homenaje después de tanto trabajo) pondrán con su gente en las manos vivas de los hermanos la belleza de plata y de bordados que explique con dogmas y leyendas la Verdad de fe que se representa sobre los pasos. Enrique, diputado mayor, dará a cada uno su sitio y velará por la hechura que amalgama en la homogeneidad de una cofradía perfecta la individualidad de los hermanos, esa que habrá ido viniendo por multitud de calles al oído del «mira, un nazareno». Que cuando un nazareno esbelto camina solo hacia su templo lleva en su figura representada toda la Hermandad al completo. Como cientos de oraciones particulares, con sus respectivas biografías y circunstancias, que al llegar por las pequeñas puertas de atrás al templo se convierten en una sola oración común, fundiendo en un solo blanco en este caso, el bellísimo cordel que anuda la Cruz del Guía al palio.

Y antes de abrirse la puerta, dentro no solo hay unas naves apretadas de cirios, cruces, costales e insignias. Hay una historia centenaria presente en la razón de que cada detalle a contemplarse sea así. Hay una fe cierta y demostrada que le da aliento a los pasos y con la que avanzará cuando se pongan en marcha. Y hay un año de actos, cultos, testimonios y entregas que sentencia que esto no es una representación teatral. Y de forma más inmediata hay mucha faena de 365 días imprescindibles que es conveniente recordar por si alguien piensa que esto sale solo. Que basta la llegada de la primavera para que florezcan espontáneamente las Cruces de Guía en las puertas de sus Iglesias. ¿Verdad, Salud, Francis, César, Jesús... que hacen falta muchos números y muchas letras a menudo espesos e ingratos para que salga escrita increíblemente esta poesía de hoy? Digo también Nicolás, Manolo, Fernando, Joséjuan, Aníbal, Javier, Bici, Mari Carmen... y José María dirigiendo la orquesta... no todo van a ser críticas a la Mesa (como llamaban nuestros abuelos con naturalidad a la Junta de Gobierno), que por vosotros vive la tranquilidad de los hermanos de a pie, tan descansadamente confiando que sigue latiendo en sus cosas la Hermandad. Y con la Junta, sus auxiliares, y todos los nombres que figuran en las listas de la cofradía, y en la nómina de los hermanos, y en la mirada de los Titulares donde quedaron disueltas y confortadas las miradas de angustia o de gratitud de tantos devotos. Y los que estuvieron y ya no están o los que vendrán y aun no han llegado.

Quiero decir que cuando se abran las puertas al fin y se enmarque en ella definitivamente la Cruz de Guía cortando en cuatro el aire con el cuchillo de plata de sus cantoneras, no es solo una comitiva de pasos y nazarenos lo que se pone en marcha. Cuando esta tarde, con el sonido de un toro removiéndose dentro de un cajón, oigas el sonido de hierro del cerrojo, su pesado cañón deslizándose entre los grilletes, destrabando las hojas de la puerta porque es la hora, sepas –y sé que lo sabes– que si ese momento lleva el repeluco del emocionante milagro de nuestra sangre es porque es el fruto del trabajo común de Dios y de los hombres. Lo más grande, creo, que puede acontecer en este mundo de hoy. Y por eso, cuando a mediodía le apaguen su candelería a la Amargura, para preservarla para la tarde y como último aviso de que la hora está próxima, y la Semana Santa nos empiece a parecer que empieza a terminarse será porque está cumplida su razón de ser. Esa que a usted y a mí nos mueven para reencontrarnos con Dios en la calle otro año más.