Aprender a tiros

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24 feb 2018 / 22:46 h - Actualizado: 25 feb 2018 / 11:17 h.
  • Aprender a tiros

La última matanza protagonizada por un desequilibrado en un instituto de Florida ha vuelto a reavivar el debate sobre el control de las armas de fuego en EEUU, una polémica recurrente cada vez que se produce un tiroteo, que por cierto son moneda corriente en aquel país. Un chico de 19 años, Nikolas Cruz, que fue expulsado el curso pasado por su comportamiento violento del citado centro escolar al norte de Miami, irrumpió en el instituto con un arma semiautomática y disparó indiscriminadamente contra alumnos y profesores causando la muerte de 17 personas y numerosos heridos, tres de ellos de extrema gravedad.

Al presidente norteamericano, Donald Trump, no se le ha ocurrido otra respuesta a esta tragedia que proponer que algunos profesores sean entrenados en el manejo de armas para que acudan a sus clases con una ametralladora y garanticen así la seguridad de los alumnos en caso de cualquier ataque. Cuesta resistirse a hacer una broma macabra de la propuesta del grotesco presidente Trump. Se acabó el reglazo en la mano: si el niño se porta mal en clase, ahora directamente el profesor le apuntará con su arma, y que no lo estresen mucho que dispara. Precisamente por lo fácil que resulta tomárselo a burla, he preferido indagar en la relación de los americanos con las armas de fuego, que ni es pintoresca ni es casual.

Por mucho que aquí tratemos de entenderlo, el vínculo de los Estados Unidos con las armas de fuego es un enigma para la vieja Europa. Algo que aquí asociamos con la marginalidad y la delincuencia, en Norteamérica es considerado un atributo de ciudadanía perfectamente normalizado y aceptado. Tanto que entre las justificaciones más profundas para la defensa de las armas se encuentra la salvaguarda de la libertad, de modo que se considera que el individuo necesita tener una pistola, pongamos por caso, no sólo para defender su casa, sus bienes o su vida de los delincuentes, sino también de cualquier tentación tiránica del Estado.

Claramente, los padres de la Constitución americana y concretamente el reconocido como redactor de las primeras diez enmiendas (las que integran la llamada carta de derechos), James Madison, entendieron que el objetivo de la Segunda enmienda (la que reconoce el derecho a portar armas) sería garantizar al ciudadano su defensa en caso de que el Estado se extralimite. Madison, que fue el cuarto presidente de EEUU, es uno de los primeros políticos en la historia en postular que el ejército puede amenazar la libertad de una nación. Incluso advirtió de que los estados europeos restringían el acceso a las armas por los civiles principalmente para asegurarse el poder.

Los movimientos ciudadanos que estos días manifiestan la exigencia de leyes de control de armas más estrictas en Estados Unidos son absolutamente minoritarios, aunque los medios de comunicación les dediquen máxima atención. En realidad su interés estriba en que raramente allí se pone en cuestión el conformismo de una sociedad individualista y desarticulada que desconfía de los impulsos y valores colectivos como mecanismos para progresar y mejorar. Si los americanos son incapaces de ver las armas como una amenaza en vez de como un instrumento de seguridad harán falta muchas más matanzas, y muchísimas más manifestaciones, para lograr que los niños no tengan antes un rifle que el permiso de conducir.