La Tostá

Aquella Gracia de Triana

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
07 ago 2019 / 08:26 h - Actualizado: 07 ago 2019 / 08:31 h.
"Flamenco","La Tostá"
  • Gracia de Triana. / El Correo
    Gracia de Triana. / El Correo

Hay pocas cosas que me gusten más que pasear por Triana a media mañana. He investigado tanto en este barrio buscando a sus figuras del flamenco en el XIX y parte del siguiente siglo, que voy por cualquiera de sus calles y me imagino sentados en la puerta tomando el fresquito a Antonio el Fillo, Juan el Pelao, Curro Puya, El Pancho, La Josefa o Faíco el bailaor. Sé de memoria en qué número y de qué calle vivían estos históricos del arte flamenco y a veces me detengo a imaginármelos de fiesta en algún corral de la Cava Nueva o de la calle Castilla, donde vivieron de niños los hermanos Arturo, Pastora y Tomás Pavón.

Muy pocos saben que muchos de los grandes artistas de este barrio no nacieron en él, que vinieron de otros barrios de Andalucía, de tierras como Cádiz, Jerez, San Fernando o el Puerto de Santa María. El Fillo, Frijones, Diego el Lebrijano, La Josefa o Mojigongo no eran nacidos en el arrabal, pero llegaron un día buscando nuevos aires y se hicieron trianeros. Y hasta murieron en el barrio, casi todos en la más mísera pobreza.

En la calle Castilla nació hace un siglo una niña que pasaría a la historia por ser una de las mejores artistas de Sevilla, tanto del cante flamenco como de la copla o la canción andaluza. Me refiero a Gracia Jiménez Zayas, conocida universalmente como Gracia de Triana. Qué cicatera han sido Triana, y Sevilla en general, con esta gran artista que un día se tuvo que ir a Madrid asqueada de su propia tierra.

Lo de colocar un azulejo en la casa donde nace un artista o en algún rincón del barrio está bien, es un gesto, pero reconocer una voz o una obra debería ser algo más que ese gesto. Gracia fue una niña prodigio y destacó primero en el cante jondo, siendo una precoz saetera. En aquel tiempo, los años veinte, no era fácil hacerse un hueco en este palo del cante porque había muy buenos saeteros y saeteras, como La Finito, La Niña de los Peines, Manuel Torres, Centeno, La Niña de la Alfalfa o Manuel Vallejo.

Quizás por eso comenzó a probar en otros géneros y encontró en la canción un lugar cómodo, sin dejar de cantar lo jondo. Fue de las pocas canzonetistas que cultivó con sobrada solvencia el flamenco, sin llegar a ser una Niña de los Peines pero con una enorme calidad por sus grandes condiciones. Triunfó por todo lo alto en ambos géneros, pero acabó regentando una pensión en la calle Luna de Madrid, rodeada de gatos y otros animalitos, sola, olvidada y pobre. Lejos de Triana, de Sevilla, donde un día alguien le dijo desde una butaca del Teatro San Fernando, bien alto para que se enterara, que se fuera y no volviera nunca. Y no volvió.

Aquella niña prodigio que hoy tendría un siglo nos dejó unos discos maravillosos y alguna que otra película y dejó de existir el día 13 de enero de 1889. Pasar por la calle Castilla y no acordarse de su voz de seda, es casi tan imposible como pasar por la calle Calatrava y no mirar los balcones del número 20, donde murió una gran admiradora de Gracia, La Niña de los Peines, veinte años antes.