En la actualidad hay cientos de piscinas en Palomares del Río, pero hace cincuenta años habría solo tres o cuatro, las albercas de las huertas, donde era arriesgado bañarse porque no tenían depuradoras y si te pillaba el dueño de la huerta podías acabar en el cuartelillo. A veces los horticultores te quitaban la ropa y tenías que irte a casa en pelotas. Todavía existe la piscina de Sartarén, entre Palomares y Almensilla, donde pagábamos por bañarnos. Y cuando abrieron la piscina pública de Coria, creo que en el inicio de los setenta, aquello era ya como ir al Caribe. A los niños que nos criamos en Palomares en aquellos años nos deberían dar un extra con la pensión, cuando toque, por las necesidades que pasamos, sin piscina pública, cine, polideportivo o billares. Y eso que éramos niños trabajadores, explotados en Artesanías Montes o en el campo. Me enganché al caucho en esta fábrica y creo que aún tengo secuelas, que todavía me duran aquellas alucinaciones de cuando olía el pegamento con el que forrábamos los porrones para las casas pudientes.