Es tiempo de trasiego de perchas, de ir y venir de camisetas y bufandas en el anual rito de mudanza entre armarios, el ecuador del año que marca el paso de la tiranta al abrigo. Toca cambio de decorado, desde la luz de la mañana hasta los edificios con ventanas cerradas y veladores llenos de gente sentada al sol, en diferencia de las aceras repletas de buscadores de sombra que tanto se vieron ayer. Llegan las mañanas donde el abrazo del frío matutino corta como solo sabe cortar en Sevilla, porque además de un color, Sevilla también tiene un frío especial, así como esos cielos azules y ese sol de la infancia que diría el poeta.
Llega el frío, como antesala de mazapanes y turrones, que ya nos aguardan impacientes en los comercios para que usted se sirva al gusto y llega el mosto a las tabernas, como anuncio de la dicha de lo que está por llegar; el festival de delicias gastronómicas que nos espera en poco más de un mes. Mosto de Umbrete y edredón, que buena combinación. Llega el brasero y el apostarse al sol mientras caminamos o mientras sencillamente, esperamos a que nada pase. Todo tiene su punto nostálgico; el abrazo del edredón, el olor del mosto o el colorido de los expositores llenos de mantecados, pero sobre todo, el repetir un año más la experiencia de volver a la confortable sensación del pantalón de pijama de franela y las babuchas, mientras en el sofá te arropas bajo la ropa de camilla disfrutando del olor a casa propia.
Ya lo dijo Serrat, que ahora y siempre supo mucho de frío, de hogar y de casas propias; «son aquellas pequeñas cosas?».