Armadores de barco

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07 mar 2017 / 21:48 h - Actualizado: 07 mar 2017 / 21:49 h.
"Cofradías","Cuaresma"

El cauce verdadero del río, el del Charco de la Pava, ese que apenas existe para los sevillanos, si acaso como un fugaz reflejo de ventanilla camino de Ikea o Puntombría, tiene más encanto del que parece, pese a su aspecto de canal frío y casi industrial. Allí estaba, por ejemplo, la Huerta del Carmen, frente a Santa Eufemia, nutriendo sus anchas tablas de naranjos que dialogaban con la tranquila orilla fluvial como una mujer ante un espejo. Sus propietarios, los Murillo, íntimos nuestros, nos invitaban a menudo y entonces yo, en el juego al escondite con los demás niños, me amparaba en la penumbra de la Capilla de su Hacienda, pegado a un grueso, misterioso, blanco, gigantesco tapiz que colgaba en alto de un testero. Era la funda que albergaba en su interior el manto de salida de la Virgen del Rosario de Monte-Sión. Me acordé de todo aquello el lunes viendo pasar el Viacrucis. Cómo esas tardes de Guadalquivir campestre me dejaron en el alma pliegues con pellizcos de calle Feria como los que ese manto lleva en su salida. Pellizcos de gracia de una hermandad que es capaz de convertir el crema y negro de sus túnicas en un color simplemente revelado en sepia, tal es la textura de elegantes matices de sus nazarenos. Mira que iba con ojo crítico a su encuentro a costa de ese afán por convertir la sencillez de unas andas en pequeños pasitos. Pero debió ser el niño que todos llevamos dentro el que me devolvió con sus bondades a la Huerta del Carmen. Y ya solo vi la mirada del Señor, su Getsemaní trágico de sangre, ese gesto suyo que en la ausencia te reconstruye la presencia del ángel, del olivo y hasta de los apóstoles. En la parihuela, toma del frasco, estaban la proporción, la luz, el exorno perfectos. Estaba el Jueves Santo que tras la cintura de su Madre se quiebra en dos y estaba todo aquello que yo escuchaba en silencio dentro de la funda de su viejo manto colgado de la pared de mi memoria. Sirvan pues estas líneas de enhorabuena en toda regla. Y de confirmación de que estos cofrades son los herederos de aquellos históricos armadores de barcos porque a mi me remontaron al Guadalquivir de mi infancia en una travesía de olvidados tesoros. Esos que contiene Monte-Sión y que valen más que toda la plata de América junta.