Avancemos hacia el respeto desde el bien común

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14 abr 2019 / 07:50 h - Actualizado: 14 abr 2019 / 10:16 h.
  • Avancemos hacia el respeto desde el bien común

Respetar es un verbo esencial para construir y no destruir. Les puedo asegurar que en los últimos días estoy experimentando como la acción dinámica, que se deriva de este concepto en las relaciones humanas, está en un nivel bajísimo. La situación no era mejor antes; pero tenía la confianza que el sentido común y la búsqueda de la convivencia fueran el objetivo de todas las personas que aspiramos a construir, con nuestras acciones, un espacio de futuro.

Parece ser que lo que impera es la mentira, la falsedad y sacar todo de contexto y poco importan las personas y la articulación del Bien Común como referente de los comportamientos de las mismas. Inventamos titulares y llenamos los textos de falsedades.

Es verdad que en todas sociedades existen diversas sensibilidades; pero cuando en la relación que éstas deben de tener se obvia el verbo respetar nos adentramos en un camino sinuoso y oscuro que solo puede llevar a la destrucción. Si además, esto se produce en ambientes o círculos católicos se puede decir que se ha perdido la perspectiva de lo que Jesús nos legó: amarnos como hermanos.

Hoy es Domingo de Ramos, y la alegría que nos produce a los católicos esta celebración no debería verse empañada por la mentira y los falsos testimonios. Cristo vino al mundo para darnos la Luz y para invitarnos a edificar una ciudad santa en donde la convivencia fuera un eje fundamental en las relaciones entre las personas.

Es verdad que Cristo murió; pero también Resucitó. La Resurrección nos conduce a la Vida, es el triunfo sobre la maldad.

Ciertamente, cuando un católico se considera que está en posesión única de su verdad, y comienza a maquinar en contra de la Verdad, está en un estado de muerte que no nos ayudará a construir una sociedad justa y en favor de los demás. Está anulando la Resurrección y, por tanto, dando la espalda a quien es el único referente, Jesús de Nazaret.

Hay personas que se consideran supercristianos, cuando en verdad son pobres personas, porque lo único que hacen es destruir. La sociedad está harta de este perfil. Deberíamos analizar nuestro comportamiento porque el mismo más que acercarnos a la ciudad santa nos aleja, convirtiéndonos en antitestimonios ¿Cómo podremos transmitir alegría y gozo? Nos esforzamos en ser grupos cerrados a los demás, y pensamos que somos perfectos. No nos damos cuenta que, cada día más, hay una gran multitud de ciudadanos que se alejan de los católicos. Pero nosotros tan contentos y felices, haciendo daño e hiriendo a quien no nos gusta. Esto no es la Resurrección de Cristo, y desde luego vivimos fuera de la realidad.

El respeto ha muerto y con esta muerte también la resurrección. No pretendo ser trágico, quiero ser realista. También quiero tener esperanza porque muchas veces en mi vida he experimentado que la Resurrección está presente en nuestras vidas. Lo estuvo conmigo cuando en el año 1998 en Ruanda, después de una atentado resucité, y lo digo literalmente porque el mortero que nos dispararon me llevó, no se por cuanto tiempo, al túnel de la Esperanza. Cuando me ocurrió esto era Director de Cooperación de Cáritas Española. Me acompañaba en ese viaje el Padre Jesús Jauregui.

En estos días, por el antitestimonio de personas que se llaman cristianas, he vuelto a experimentar que la Resurrección está al final del camino. Su manera de proceder se asemeja al mortero que recibí en Ruanda; pero también es cierto que al final del túnel está la Vida. Es maravilloso que, en breve, celebraremos la Pascua de la Resurrección. Esto alimenta la Esperanza.

Los cristianos, si somos de verdad hermanos, buscamos la construcción de la justicia, y para que se haga efectiva es preciso conjugar el verbo respetar. Sin éste nunca haremos presente la Resurrección porque no es posible que la FE esté en nuestro corazón.

Cristo, en su vida pública , siempre generó el respeto como un valor esencial en la construcción del Reino de Dios, de hecho su manera de relacionarse con los demás siempre fue desde este verbo "quien no tenga pecado que tire la primera piedra".

Si queremos ser verdaderos testigos de Cristo no generemos maldad. El servicio a la sociedad, si nos llamamos católicos, solamente es posible desde la verdad , y no desde el convencimiento de que mi visión de la fe es la verdadera y única. Nos olvidamos de que la Fe solamente se alimenta desde la Verdad con mayúsculas, que no es otra que Cristo.

Los cristianos, que se creen que son los únicos poseedores del mensaje de Cristo, han olvidado las enseñanzas de Jesús de Nazaret y, por tanto, se han alejado del respeto.

El respeto solamente es entendible desde el desarrollo del Amor que Dios muestra a sus hijos. Últimamente, experimento que el Amor de Dios se hace más presente en todos aquellos que no practican, aunque sean bautizados, que en los practicantes, porque entre estos últimos existen personas que solo buscan confundir y manipular a personas buenas, llevándolas más a la muerte que a la vida.

Dejo al final de este párrafo un texto de la Encíclica Dios es Amor de Benedicto XVI , para que nos ayude a reflexionar sobre si vivimos la esencia del Amor infinito de Dios o más bien nos dedicamos a destruir el mensaje de Salvación que Jesús de Nazaret hizo presente a través de su vida, muerte y Resurrección. El respeto comporta vivir en comunión, dado que la fraternidad a lo que invita es a hacer presente la común-unión.

"........consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío10. Crece entonces el abandono en Dios, y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28). De este modo, se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo piadoso y cumplir con mis deberes religiosos, se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación correcta, pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un mandamiento externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es divino porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que, al final, Dios sea todo para todos (cf. 1 Co 15, 28)"

La reflexión de esta semana he querido centrarla en la importancia que tiene el respeto para los cristianos-católicos, por entender que la Semana que comenzamos con el Domingo de Ramos y que concluirá con la Pascua de Resurrección es un tiempo privilegiado para que los cristianos analicemos nuestro comportamiento.

La próxima semana reflexionaré sobre el respeto, desde la perspectiva de la responsabilidad que tienen los políticos, como la mejor herramienta para transmitir los programas electorales en un periodo de campaña electoral.