Como siempre, Don Juan me esperaba en Refinadores. Nada más verme, bajó del basamento marmóreo de su historia para acompañarme en mi cotidiano paseíto por uno de los universos callejeros de Sevilla, al que accedimos por los recoletos de Mezquita, entre bulerías de Gallos y filigranas de forja y plaza, es decir: en el mismísimo Gólgota del Barrio de Santa Cruz.
Mis pasos no cambian, Plaza de Alfaro y Lope de Rueda, por su esquina más ancha, me llevan por Reinoso hasta la Jamerdana de Venerables y Casa Román, con sabor a jamón de pata, espadachines de Hostería, corraleras del Pali, poemas de Garmendia y cohíbas de Carlos Herrera, amén de la auténtica Gloria de una calleja con aromas de Pimienta y óleos de Amalio, expuestos en el museo-testero del antiguo Corral de Comedias del XVII, sobre el que el arquitecto municipal Juan Talavera, en la segunda década del XX, construyó la Plaza de Doña Elvira... Fuente pileta con agua de buen bajío y siete bancos de antiguas leyendas de Zorrilla, el padre literario de mi contertulio y compañero de paseo, al que no pierden de vista, Susona y Vida.
La guitarra rompe el silencio de la plaza queda, el otoño es nuestro cómplice para que no haya veladores que entorpezcan nuestro caminar, no hay mejor rincón, como decía “El Lucas”, que cobije mejor a la música que esta plaza de estudiantinas, flamencos y viejos rockeros, en la que Rodrigo Caro nos abre una de sus puertas, la de la Alianza, para que caminemos sobre la mescolanza tejida por almenas de Alcázar, fragancias de damas de noche y sueños de Romero Murube.
Banderas de Patio y Salves de Inmaculada, ondean y rezan al son de fanfarrias de Triunfo ante el gran templo catedralicio, la Giralda nos mira, también nos guarda, nos arropa, conocemos el amor de su regazo... Cruzamos Virgen de los Reyes por la acera conventual de la Encarnación y Santa Marta salió de su escondite para saludarnos a la par que Mateos Gago nos dio la bienvenida a las puertas de la continua Feria de Babel en la que vive y por la que, después de recorrer medio mundo, al fin y por fin, pudimos llegar a casa de Alvarito Peregil que nos agasajó con un botellín fresquito y su arte sin límites... En la esquina del Mesón del Moro me despedí de Don Juan, los misterios de la noche lo esperaban en cualquier trastienda hispalense como la que yo tengo siempre abierta, queridos amigos, para todos ustedes. ¡Disfruten de la vida!