‘Brexit’ de turcos y cristianos

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01 abr 2017 / 23:14 h - Actualizado: 01 abr 2017 / 23:26 h.
"Unión Europea","El desafío catalán","Brexit"

Un divorcio cuesta mucho, también dinero. Las palabras que le dedicó un ministro de Hacienda a su joven subordinado cuando le comunicó la inminencia de su separación eran argumento de autoridad: «no tiene usted posición para un divorcio, Antoñito, ni siquiera para plantearlo». Las rupturas son costosísimas desde que se piensan, con independencia del resultado. Esta misma semana Mariano Rajoy ha puesto sobre la mesa 4.200 millones para no tener que hablar siquiera del asunto. Sin embargo, está por ver que estos embelecos sirvan para algo. Razonar así conduce a que tengamos que calcular el fatídico punto de fractura, el límite a partir del cual no hay más remedio que sentarse a negociar la separación.

David Cameron, el peor primer ministro británico de la era contemporánea –los divorcios permiten estos ajustes de cuentas–, logró que la Unión Europea le hiciese una última oferta, pero para entonces ya era tarde. El oscuro lenguaje de Bruselas, sus lentos movimientos y la difícil concreción de lo que se puede ofrecer en un marco federal (habrá siempre alguien que pida el mismo trato diferenciado), resultó ser una propuesta nada atractiva frente al reclamo de una isla para nosotros solos. Los divorcios tienen algo de viaje al pasado, a esa singularidad que se va perdiendo con el paso de los años.

Divorcios como el Brexit o la non nata secesión de Cataluña cuestan desde hace tiempo esfuerzo y dinero. Pero estas cosas son así, que nadie nos lleve a engaño. Mucho menos por parte de aquellos que se declaran firmemente nacionalistas de todos los pueblos, además de soberanistas quintaesenciales. Cuando todas las cosas importantes se colocan por detrás del sacrosanto y democrático derecho a decidir de los pueblos, los costes o todos los inconvenientes que puedan surgir son calderilla frente a los deseos de libertad de quien ya era libre para llegar a ser irresponsable, porque las cosas pueden ser peor de lo esperado.

Tengas divorcios y los pagues, pero no juegues con los niños. La ciudadanía europea se ha ido construyendo a lo largo de muchos años con el objetivo de crear un estatus de igualdad para todos en toda Europa. Una ciudadanía que nos permitía franquear fronteras para vivir con oportunidades en una tierra ancha y nuestra. Un divorcio rompe con esta idea de igualdad. Son cinco millones, entre europeos y británicos, los que han empezado a sentirse como monedas de cambio, piezas de un juego en el que van sus vidas.

Trata bien a mi turco para que yo trate bien a tu cristiano. El primitivo derecho de gentes era esto. Hemos vuelto, pero como pueblos libres refrendados.