¡Buenos días!

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05 feb 2018 / 17:51 h - Actualizado: 05 feb 2018 / 20:03 h.

Pudiera ser un macareno cualquiera, de esos que en la jerarquía del arco definimos como cirio verde. Pudiera ser en una calle cualquiera donde lo conocí, nunca vi su rostro, pero sabía que estaba ahí delante de Ella. Podría ser una hora cualquiera y en sus viejos y cansados ojos vivía esa mirada que solo pueden tener aquellos que disfrutan del lugar donde la Virgen quiere cerca a sus hijos mayores. Podría ser una mirada cualquiera, pero no, era la que me habían contando, ojos claros y brillantes de emoción, mirada de aquel que sufre la grave enfermedad pero que la Esperanza es la única medicina y que las horas a su lado eran bálsamo de curación. ¿Dios mío de qué pasta están hecho estos cirios verdes? Podrían ser unas manos cualesquiera, pero no, soportan su cirio con guante blanco chorreado de esperanza y en la otra mano desnuda agarrados de sus nietos que ya por la Encarnación se convertirán en parte de su hábito ¡y ojito a quien se atreva a decirle que ese chiquillo no puede ir ahí! El lugar que ocupan, nos guste o no, tiene ciertos privilegios. La Esperanza, esa que alivia las penas y cura toda herida, bien supo que era el último tramo de su vida y tuvo a bien mandarle un nieto que le prolongaría un año la estación de su existencia, convirtiendo la penitencia en Gloria. Podría haber sido un 18 de diciembre cualquiera, pero él, incapaz casi de la mirada, quiso darle un hasta luego a los pies de su altar. Podría ser un día cualquiera pero hoy ya esta junto a Ella. Hazme un favor, sé feliz.

Pudiera ser un macareno cualquiera, de esos que en la jerarquía del arco definimos como cirio verde. Pudiera ser en una calle cualquiera donde lo conocí, nunca vi su rostro pero sabía que estaba ahí delante de Ella. Podría ser una hora cualquiera y en sus viejos y cansados ojos vivía esa mirada que solo pueden tener aquellos que disfrutan del lugar donde la Virgen quiere cerca a sus hijos mayores. Podría ser una mirada cualquiera, pero no, era la que me habían contando, ojos claros y brillantes de emoción, mirada de aquel que sufre la grave enfermedad pero que la Esperanza es la única medicina y que las horas a su lado eran bálsamo de curación. ¿Dios mío de qué pasta están hecho estos cirios verdes? Podrían ser unas manos cualquieras, pero no, soportan su cirio con guante blanco chorreado de esperanza y en la otra mano desnuda agarrados de sus nietos que ya por la Encarnación se convertirán en parte de su hábito ¡y ojito a quien se atreva a decirle que ese chiquillo no puede ir ahí! El lugar que ocupan, nos guste o no, tiene ciertos privilegios. La Esperanza, esa que alivia las penas y cura toda herida, bien supo que era el último tramo de su vida y tuvo a bien mandarle un nieto que le prolongaría un año la estación de su existencia, convirtiendo la penitencia en Gloria. Podría haber sido un 18 de diciembre cualquiera, pero él, incapaz casi de la mirada, quiso darle un hasta luego a los pies de su altar. Podría ser un día cualquiera pero hoy ya esta junto a Ella. Hazme un favor, sé feliz.