Burkini al desnudo

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27 ago 2016 / 22:36 h - Actualizado: 27 ago 2016 / 22:39 h.
"Estado Islámico"

¡Que hable el cura! Eso gritaban los congregados con palos y estacas para expulsar de la playa a los nudistas. Ocurría hace treinta y dos años en la preciosa playa de la Barra del municipio de Cangas del Morrazo (Vigo). La noticia tuvo gran impacto informativo y, por razones que no vienen al caso, acabaría formando parte de la jurisprudencia constitucional. Desconozco si el cura se dirigió a los presentes, pero lo hiciese o no, no resulta difícil imaginar el contenido de su arenga. Las buenas costumbres, el ataque a la dignidad, señaladamente de la mujer, el recato, los derivados perversos que el nudismo trae consigo, el mal ejemplo que la desnudez podía representar para los más jóvenes, y todas las demás dañinas consecuencias del ejercicio de una libertad mal entendida. Con tan firme convicción moral, y con la inestimable ayuda de los palos, la turba del orden consiguió desalojar a los nudistas de la playa. Gracias a Neptuno y también a la oportuna intervención de la guardia civil la sangre no llegaría al mar.

Hace tan sólo tres días, una mujer tumbada en la arena de una playa de Niza se vio rodeada por cuatro policías que la obligaron a quitarse parte de la ropa que la cubría. Paradojas que tiene la vida, podríamos decir, ya que por lo visto ni muy desnudos ni muy vestidos, que tal sería la síntesis de la patente contradicción. Y entre un extremo y otro, bikinis máximos y mínimos, bermudas holgadas y turbos pegaditos, bañadores de ingle cerrada u obtusa, por no citar los trikinis o tangas de mayor actualidad y espaldas infinitas. Basta observar tanta variedad con un poco de interés para advertir que cada uno de esos trajes de baño encierra un discurso ético y estético tanto en su confección como en su concepción, por mínima o generosa que pueda ser la tela que gasten.

¿Bajo qué interés superior podríamos prohibir la desnudez, el tapado o alguno de los múltiples tipos de bañadores intermedios? ¿Quién podría hacerlo sin atentar contra la libertad de cada uno a expresarse de conformidad con lo que cree, piensa o contra aquello que sencillamente le pide el cuerpo? Valga como respuesta que el burkini puede volver a las playas y que el nudismo sigue encerrado libremente dentro de precisos límites geográficos.

Frente a lo políticamente correcto de la moralina rampante, se impone democráticamente con toda virulencia el arriesgado valor de la pluralidad. Porque convivir juntos en la diferencia –el vivre ensemble de raigambre republicana, al decir de los franceses– sólo puede tener en este asunto del vestir y el desvestir el límite de que siempre nos podamos mirar a la cara.

¡Qué hable Jean Marie Le Pen!, vuelven a gritar mientras agitan los palos en el aire.