Caballos blancos

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18 ago 2019 / 08:00 h - Actualizado: 16 ago 2019 / 10:23 h.
"Sociedad"
  • La playa de Matalascañas, en el municipio onubense de Almonte, llena de bañistas. / Miguel Vázquez (Efe)
    La playa de Matalascañas, en el municipio onubense de Almonte, llena de bañistas. / Miguel Vázquez (Efe)

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Hace unos días estuve en Matalascañas por primera vez, ¡me encantó! En concreto visité la playa de Caño Guerrero, unos 8 km de delicioso paseo de punta a punta en el que se intercalaban el paisaje de coloridas sombrillas (muchas de ellas justo en primera línea, ya siendo alcanzadas por el agua, dibujaban un cuadro que bien se podría haber titulado: "despiste"), ese "paisaje sombrillero" se mezclaba con la cordillera formada por las puntas de las velas de un conjunto de embarcaciones, luego el paseo playero continuaba por un archipiélago de flotadores (este año parecen imponerse los flamencos rosa y los unicornios). Si decidías echar la vista al cielo, tu caminata podía adoptar una nueva perspectiva desde el mirador de las cometas, con sus diferentes tamaños y colores, te hacían volar directamente a tu infancia... Si volvías a poner los pies en la tierra, te sentías como si fueras uno de los protagonistas de Juego de Tronos visitando un peculiar Desembarco del Rey, todo plagado de castillitos de arena, unos grandes y otros diminutos, con fosos, sin ellos y hasta con sus estandartes, todos custodiados por unos simpáticos señores que, si en un momento dado no estaban muy conformes con la arquitectura de su diseño, muy sonrientes lo tiraban de un palazo y con la misma energía, volvían a construirlo, desde cero... "¡Deberíamos tomar nota!" -pensé- pues cuando hay que empezar desde cero, la energía y el buen ánimo, a menudo, no son nuestros mejores compañeros...

Empezaba a notar demasiado el contundente abrazo del sol en mi espalda así que decidí volver sobre mis pasos para darme un buen bañito. Al girarme, el lazo de mi bolsa azul marino con topitos blancos se cayó a la arena, lo recogí y decidí darle una segunda oportunidad como cinta de pelo. ¿Has hecho eso alguna vez? me refiero a darle una nueva oportunidad a cosas o personas que en su lugar inicial a lo mejor ya no cuadran pero simplemente hay que moverlas un poco para darte cuenta de que son fantásticas... ¡Me encanta el lazo de mi bolsa reconvertido en curiosa cinta de pelo! ese azul marino con topitos blancos da hasta un aire vintage muy interesante...

Al agacharme a recoger el lazo, me quedé mirando mis propias huellas y, como poco a poco, se iban llenando de agua. Seguía caminando hacia mi toalla y la operación se repetía: más huellas y más veces se llenaban con el agua. La vida se parece a ese ir y venir de huellas llenadas, vamos dejando nuestro propio sello por el camino, sello que se llena con el caudal de experiencias y aprendizajes que vamos acumulando hasta que, finalmente, otros hacen suyo porque, como sucede con la orilla del mar, el terreno está lo suficientemente blando para acoger nuevas huellas...

¡Por fin llegué a mi sitio! Me quité las gafas de sol, solté la bolsa y dejé dentro mi nueva cinta de pelo. Me quedé mirando el mar, esa inmensidad resulta tan atractiva como relajante. Me dispuse a bañarme, el agua estaba fresquita, "¡esto es buenísimo para la circulación!" -que dirían las abuelas- así que seguí para adelante, la textura del terreno cambiaba bajo mis pies, ahora me pinchaba con un conjunto de conchas y piedrecitas. Ahí el agua me llegaba apenas algo más arriba de las rodillas, pero según avanzaba el agua estaba más fresquita y cada vez me encontraba más cerca del rompeolas, y las olas tenían un tamaño nada despreciable... Se me presentó una pequeña disyuntiva: quedarme donde estaba, donde el agua apenas cubría pero casi no podía moverme porque me pinchaba los pies o seguir para adelante, a mayor profundidad, donde me esperaba el rompeolas y enfrentarme a esos briosos caballos blancos... La caballería que formaba la espuma blanca de las olas se asimilaba a un grupo de ingeniosos pegasos con ganas de jugar. Pensé que sería mucho más divertido "tirar pá lante", tiré, me mojé entera con la primera ola: "¿por arriba o por abajo?" -parecía ser la pregunta del día-, iba decidiendo sobre la marcha, pero, mayormente era por abajo. He de admitir que me llevé unos cuantos revolcones porque me lo estaba pasando tan bien jugando con los caballos blancos que bajé la guardia y aparecí bastantes metros más allá de donde había dejado mi toalla. Avancé más allá del rompeolas, la cosa estaba más tranquila, miraba para atrás y veía a los simpáticos pegasos alejándose, buscando nuevos compañeros de juegos...

Cuando me salí volví a verlos y asumí el riesgo de quedarme otro ratito en el rompeolas... Los envites de aquellos caballos blancos te llenaban de vida, me hacían reír y volver a conectar con mi alma infantil. Si los ves, no los domes, porque esos maravillosos pegasos son tan potentes como fugaces, hay que disfrutarlos justo cuando vienen... Disfruta.

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