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Calabozos democráticos para defender la democracia

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
19 oct 2017 / 22:33 h - Actualizado: 19 oct 2017 / 22:35 h.
"Pasa la vida"

Una sociedad alcanza grandes cotas de dignidad y prosperidad cuando defiende sus derechos y libertades como su bien más preciado. La democracia no existe por generación espontánea. Los nietos pueden mejorar la sociedad organizada por sus padres y abuelos, o pueden arruinarla por encandilarse con cantos de sirena. El mundo está trufado de dictaduras, despotismos y sistemas políticos que se autoproclaman democráticos pero en realidad son regímenes autoritarios de unos pocos que vampirizan a la mayoría del pueblo que dicen encarnar. Ha llegado el momento de que en España, donde hemos avanzado mucho desde 1975, aprendamos a poner en práctica una soberana lección de madurez democrática. Defender la concordia constitucional, ante el golpismo secesionista, mediante la activación de las normas constitucionales que dan y quitan prerrogativas. Con firmeza y sin guerracivilismos. La imprescindible y democrática defensa de los derechos y libertades de la mayoría para impedir que una minoría se atribuya mesiánicamente la potestad de ser juez y parte.

La verdadera gripe española no es la espantosa pandemia que Europa atribuyó falsamente a origen español durante la Primera Guerra Mundial, al endosarle ese sambenito porque imperaba la censura en todos los países implicados en la terrible contienda de trincheras con soldados masacrados con gases, mientras que nuestro país se mantenía neutral y la prensa podía informar de la preocupación por el brote vírico que hizo estragos por medio mundo. El virus verdaderamente genuino de España es el que, periódicamente, nos provoca un ataque de cainismo para conformar nuestra sociedad a garrotazos entre nosotros. Sin más concordia que imponer y aceptar la desigualdad de puertas adentro por la fuerza de los hechos consumados. Llevamos 42 años de tratamiento para curarnos esa funesta patología, que desde la violación de La Pepa a manos del infame Fernando VII ha causado tantas muertes, tantos exilios, tantas penurias, tantos atrasos. Pero el secesionismo catalanista, tan español como el cine de Berlanga y tan truhán como el padre de Neymar, se ha resistido a inyectarse las saludables campañas de vacunación, con dosis europeísta a fines del siglo XX y con receta global desde inicios del siglo XXI. Por eso sus comportamientos son la quintaesencia del tradicional ‘Cuanto peor, mejor’.

Los secesionistas catalanes se han cargado, poniendo cara amable, las bases constitucionales de la España de las autonomías, la separación de poderes que contrapesa a gobierno, parlamento y tribunales, el respeto a los derechos y deberes compartidos, el principio de que todos somos iguales ante la ley, la seguridad jurídica de bienes y haciendas, y la obligación de gobernar al servicio de todos los ciudadanos y no solo para contentar a tus correligionarios. No van a quebrantar la soberanía nacional, saben que su independencia es una falacia, la comunidad internacional no se traga sus engañifas. Pero están dispuestos a agravar el conflicto y prolongar la desobediencia institucional en aras a intentar que el Gobierno de la nación, agobiado por el perjuicio que causa el motín al porvenir de toda España, acepte el mal menor de concederles un estatus de privilegio, y apañarles un borrón y cuenta nueva.

La falta de tradición democrática es una barrera que impide comprender a buena parte de la población española un principio básico que ni se discute en las sociedades más libres. La democracia, cuando es atacada, no solo se defiende mediante los discursos, los debates y los votos, sino también mediante el legítimo y tipificado uso de la fuerza. Proporcionada. Con luz y taquígrafos. Sometida al análisis de parlamentarios, fiscales y jueces. Sin dar coartada a arbitrariedades. Sin abonar el terreno para perpetrar impunemente venganzas ni cacicadas. Manteniendo el principio de presunción de inocencia para quien sea acusado de enemigo de la democracia por lo que hace en un coche oficial, en una plaza o en internet.

La sociedad española no ha de hacer caso a quienes intentan medrar, con vitola de buenismo político, para ser el Caballo de Troya de este arcaico golpe a la España europeísta. Los jueces, los policías y los calabozos también forman parte de una democracia. En Valladolid y en Estocolmo. Son muy democráticos los calabozos con los que una sociedad depura responsabilidades por el terrorismo de Estado llamado GAL (Barrionuevo, Rodríguez Galindo,...), y por la corrupción política (Jaume Matas, Carlos Fabra...), y por las estafas empresariales (De la Rosa, Díaz Ferrán,..), y por cualquier conculcación grave de la vida en común. Y van a ser igual de democráticos los jueces, los policías y los calabozos destinados a hacer cumplir el orden constitucional.