Calladitas no estamos más guapas

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Pepa Violeta Pepavioleta
21 jul 2019 / 08:06 h - Actualizado: 20 jul 2019 / 12:08 h.
  • Calladitas no estamos más guapas

Vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca, y ordena a las criadas que se apliquen al trabajo. El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”.

Con esta frase mandaba a callar Telémaco a su madre, Penélope. Así, recogía Homero la condena a la que todas las mujeres desde hace siglos hemos estado atadas, el silencio, la invisibilidad. Viene de lejos esto de silenciarnos en público, de arrebatarnos el discurso, la palabra. Esa que designa, nombra y posiciona nuestro universo. Igual de pasmada que la paciente y sufridora Penélope, que ya no tenia bastante con soportar a un marido ausente y un hijo tirano, nos quedamos las mujeres del siglo XXI ante dichas actitudes machistas. Ni el transcurrir lento de los años, ni las numerosas revueltas feministas, han sido suficientes para integrar el discurso de las mujeres en el imaginario colectivo con el respeto y profundidad que merece.

Los hombres han sido los encargados de formular y consolidar una estructura tremendamente beneficiosa para ellos, donde la palabra de las mujeres no ha sido nunca objeto de interés. Todavía esta por la primera vez que haya podido ver en alguno de los numerosos debates televisivos un silencio, un gesto de admiración o respeto al discurso de una mujer, aún siendo la mejor formada y comunicadora de la mesa. Ni la mirada, ni la gestualidad y mucho menos el lenguaje no verbal, comunica reconocimiento al discurso femenino, por parte de los hombres.

Estos actos de autoafirmación masculina, dejan claro en manos de quién está el poder. Manifestándose de una forma tan sutil que impide activarnos y ponernos en alerta, para reaccionar ante lo que sabemos de sobra que nos oprime y resta centímetros de libertad.

Pero las mujeres ya no estamos dispuestas a seguir bajando el volumen de nuestra voz y mucho menos acallarla. Al patriarcado únicamente me queda decirle, que después de tantos siglos de silencio y humillación, pueden dar gracias que a día de hoy sólo pidamos igualdad y no venganza. El feminismo se impone como opción alternativa al discurso dominante que mutila y no deja mostrar la identidad de las mujeres desde la diversidad y el respeto. Que fácil resulta hablar de igualdad desde el púlpito y que complicado ponerla en práctica. Sobre todo, si en ese ejercicio hay que renunciar a privilegios dados de cuna y deconstruir toda una estructura diseñada para legitimar la hegemonía androcentrista.

Pero nosotras sabemos cómo hacerlo. Desmotando cada mito, cada gesto paternalista, cada cuestionamiento a ocupar el espacio público sin masculinizarnos y manteniendo nuestra forma de entender el mundo, desde la feminidad.

Nadie más volverá a adueñarse de nuestra palabra. Se lo debemos a todo nuestro linaje, a esas madres que callaban y agachaban la cabeza ante la autoridad paterna, filial y marital. A todas las silenciadas a lo largo de la historia.

Cada vez somos más las mujeres formadas y con libertad de pensamiento que le hemos dado un descanso permanente a la culpa y al arrepentimiento, para convertirnos en bastones con los que otras mujeres, puedan apoyarse y levantarse. Para gritar todas juntas y ocupar los espacios que nos pertenecen. Como dice Wangari, tenemos que atrevernos a hacer política desde nuestros hogares, desde nuestros lugares de trabajo y ocio, en lo privado y en lo público. Alcemos nuestra voz y organicémonos para construir estructuras que reflejen relaciones más iguales y justas. Calladas no estamos más guapas. Tampoco somos las chillonas inestables y amargadas que quieren vendernos el patriarcado.

Somos mujeres cansadas. Agotadas de los cambios a cámara lenta, de que nos interrumpan cuando hablamos en público, de que tengamos que encogernos en la silla ante el depatarre masculino, cansadas de que los señores nos expliquen cosas que ya sabemos... ya no más.

Es nuestro momento. Somos las únicas dueñas de nuestro discurso y nosotras decidimos que hacemos con él.