Camarón, tan nuestro

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Álvaro Romero @aromerobernal1
03 jul 2017 / 23:48 h - Actualizado: 03 jul 2017 / 23:48 h.
"Viéndolas venir"

No recuerdo el instante, porque la vida nos arroja demasiados ruidos como para afinar la memoria musical, pero debió de existir el momento en que sentí aquel timbre absolutamente distinto –tostado, melismático y doliente– de una voz acariciándome el alma. Debió de sonar en una de aquellas cintas de casete que mamá conservaba con el regusto melódico de otra época en el primer cajón cojo del mueble bar. Fui yo quien se la resucité dándole al play. Y a partir de entonces decidí que me gustaba el flamenco, sin entender nada, ni falta que me hacía. No me decepcionó enterarme de que el cantaor había muerto un par de años antes, porque entendí que solo se trataba de un cuerpo. Y que no estaba yo solo delante del mito, pues a millones de personas en todo el mundo les había ocurrido el mismo milagro con Camarón de la Isla.

José Monje Cruz, de quien acaba de cumplirse un cuarto de siglo de su ida de este mundo, consiguió como nadie resquebrajar el monolito de un género musical al que, como ocurre con otras músicas, los profanos considerábamos una aburrida unidad, pues nos sonaban igual Antonio Mairena que Manuel Vallejo, La Niña de los Peines que Fernanda de Utrera. Todo era un dolor monocromo que veíamos resbalar por la orilla armónica de la generación anterior. No iba con nosotros. Pero primero con la guitarra del todopoderoso Paco y luego con aquella cascada de instrumentos nuevos que se le fueron arrimando, Camarón nos hechizó porque cantaba en el mismo andaluz que hablábamos, lloraba los mismos poemas que leíamos y se retorcía en la silla dolido por la misma incomprensión de quienes estrenábamos el mundo con ojos nuevos, los nuestros. A partir de él regresamos al principio y fuimos distinguiendo, aprendiendo. La Llave del Cante que le dieron póstumamente fue la que abrió el atrancado postigo del Flamenco para el gran público. Con la puerta de par en par, ya fue todo más fácil. Pero todo lo inició un chiquillo de San Fernando que atravesaba descalzo el puente Zuazo.