El pasado viernes, el maestro Antonio Canales recogió un premio en Sevilla, la distinción Escaparate, y a la hora de recogerlo el presentador le dijo algo así como que pensaba que se iba “a hacer usted un pateleo”, en vez de hablar. Pensará que los bailaores de flamenco son aún analfabetos, como en el XIX, o tan catetos como él. Ocurre mucho esto cuando van los artistas flamencos a las televisiones o emisoras de radio. A ningún presentador medianamente serio se le ocurriría pedirle un arias a Plácido Domingo o un natural a Enrique Ponce. No sé qué más van a tener que hacer los artistas flamencos para que sean tratados de una manera normal y digna en su propia tierra, porque fuera son tratados como reyes. Son los mejores representantes de Andalucía en el mundo, refiriéndonos solo a los artistas andaluces, porque ya los hay en todo el planeta. Los bailaores o las bailaoras no patalean, bailan y utilizan los pies para sostenerse y para marcar el compás. ¿Qué es eso de que pensaba que usted iba a patalear? En Sevilla, además, una de las cunas de un arte que tiene ya casi dos siglos de historia pública. Antes de que vinieran al mundo los tatarabuelos del presentador del acto, los flamencos actuaban ya en los teatros y algunas bailarinas sevillanas, como Petra Cámara o Manuela Perea, salvaron de la ruina a muchos teatros de Europa con sus jaleos jerezanos o el polo sevillano. Pero mucha culpa de esto la tienen los propios artistas, que a veces acuden a esos programas preparados por lo que les puedan pedir. Me recuerda a una señora de mi pueblo que cada vez que iba a visitar a algún familiar para tomar café, se llevaba a una hija algo simplona y esta le preguntaba: “Omá, ¿me llevo unas bragas limpias por si acaso?”. El flamenquito tiene aún esa mentalidad de divertir al gaché, y no lo digo por el maestro Canales, que estuvo sembrado. En vez de mandar a la porra al presentador, recogió su merecido premio y dio simplemente las gracias, “que esa palabra es ya en sí el mejor discurso”, dijo el artista de la trianera calle Castilla, que además de hablar de maravilla escribe mejor todavía.