Viéndolas venir

Capillitas republicanos

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Álvaro Romero @aromerobernal1
15 abr 2019 / 10:51 h - Actualizado: 15 abr 2019 / 10:56 h.
"Viéndolas venir"
  • Alegría en las calles por la proclamación de la II República. / El Correo
    Alegría en las calles por la proclamación de la II República. / El Correo

Que el Domingo de Ramos haya coincidido ayer, 88 años después, con la proclamación de la II República española me alegra especialmente, pues coinciden varias alegrías, pero sobre todo la de vivir en un país en el que, con todos sus retrocesos y bestialidades, con todos sus radicalismos estériles y sus obsesiones malsanas, con su maldita guerra incivil y su transición, se puede hoy, a pesar de tantos pesares, sentir orgullo por la República, ese sueño civilizador que no nos terminó de salir hacia fuera aunque lo conservemos por dentro, incluso en la intimidad inalienable de una procesión.

“Qué bonita está Triana / cuando le ponen al puente / banderas republicanas” cantaba la Niña de los Peines incluso mientras El Cachorro atravesaba de una Sevilla a la otra. Me imagino que como le pasó a “la mancebía” de los Ojos verdes de la Piqué, que se tornó “mi casa un día”, por la sibilina censura, las banderitas del puente trianero pudieron volverse gitanas, en vez de republicanas, porque, al fin y al cabo, la rima consonante con Santa Ana resolvía la hipocresía, pero salvaguardaba la dignidad flamenca de la misma histórica persecución: republicanos y gitanos en el mismo saco.

Que hoy se pueda sentir el republicanismo flamenco del historicismo persecutorio de tantos moriscos, negros y gitanos como fueron perseguidos y echados de Triana y de otras tantas latitudes de nuestra densa Andalucía mientras se canta o se escucha una saeta abigarrada de dolor íntimo en cualquier esquina de una revirá es un inapreciable, disimulado avance real en nuestra historia de necesaria rehumanización. Menos mal.

Porque hoy por hoy el sueño de la República debe seguir vivo como ideal civilizatorio, cultural, y no solo como homenaje nostálgico a lo que pudo haber sido y no fue, sino como referente de lo que podrá ser algún día, cuando cuadren las circunstancias. Para entonces, y ese será el avance definitivo, podremos cantar o escuchar saetas en libertad, rezar bajo el prisma de la fe que nos dé la gana, y todo ello al margen de que las jerarquías eclesiásticas cometieran todos los delitos que la verdad histórica ilumine y al margen de que incluso los reyes derrocados entiendan que no puede ni debe heredarse el poder. Solo entonces entenderemos para siempre qué significa la res pública, la cosa pública, la cosa de todos, la dignidad del pueblo.