«Son las Macarena en punto...» No se me ocurrió otra manera de decir la hora que marcaba el reloj aquella amanecida del 1 de junio de 2014, cuando la Esperanza atravesó el umbral de su basílica, regresada de amores, para poner fin a su salida extraordinaria por el cincuenta aniversario de su coronación canónica. A esa hora, subido al tejado, junto a la campana de la basílica, mirando al cielo de Sevilla desde el mismo cielo de Sevilla, le temblaba a este locutor el alma entera.
Allí abajo, el palio que mueve el oxígeno de mi tierra besaba el dintel de los sueños. Arriba, en la azotea de San Gil, caían las lágrimas de un equipo de profesionales que había cumplido una semana de entrega a la causa mariana de Sevilla, siete días de tránsito por la gloria. Vimos muchos milagros, agarramos con las manos demasiados anhelos que se escapaban, estuvimos tan cerca de la vida y de la muerte.
Todo terminaba en ese momento, delante de unos micrófonos que recibían más llanto que voz. Cielo macareno. Fue entonces cuando llegó el abrazo del compañero, ese que puede salvarte la vida. Mi amigo Manuel Esteban –se acordará– me decía al oído que aquello parecía un sueño pero que algún día, siendo la Madrugá de la ciudad más hermosa del mundo, el mismo equipo contaría en directo la salida de la cofradía macarena y su regreso a casa. Que aquello, decía emocionado, teníamos que vivirlo juntos. Y ahora, está a punto de suceder.
Allí le juramos al cielo que volveríamos a esa azotea sevillana desde la que se veía la calle San Luis, y la muralla y el arco, y el hospital de las Cinco Llagas... y el horizonte.
En apenas unos días tendremos el encargo de contarle al mundo que esta tierra está llenando las horas de Esperanza. Que Ella es para la ciudad como el agua para el cuerpo, indispensable para vivir. Le contaremos al mundo que la Madre de Dios puede arreglarte la vida, que en esos ojos descansan los secretos del universo y que tenemos muchas ganas, muchas, de llorar.
Diremos otra vez que no puede perderse la Esperanza, que se pueden derramar todas las lágrimas y no perder la belleza ideal, perfecta. Y seremos portavoces de tus angustias y de tus alegrías. Estaremos en el sitio exacto a la hora indicada. Y estallará la luz en plena noche para que Sevilla vuelva a ser ella misma. Sí, diremos otra vez que las corazas, las espadas y las plumas del ejército romano escoltan por las calles el amor a María.
Mi empresa acaba de citarme a declarar en la basílica de la Macarena. Tengo que estar en la salida y en la entrada de la cofradía la próxima Madrugá de Sevilla. Lo haré delante de la Jueza. Pase lo que pase, no cabe recurso. Habrá Sentencia. Y yo estoy dispuesto a cumplirla.