Coherencia, implica concordar el quehacer de nuestras vidas con los principios y creencias que las inspiran, respondiendo el actuar a lo que se piensa y se dice sin originar contradicción. Es un valor básico de las relaciones individuales y sociales en todos los ámbitos, dado que genera la mutua confianza en la palabra dada y la figura del acto propio.
¿También en la política? Parece que aquí esa exigencia se relativiza. La experiencia lo enseña respecto a las promesas electorales y los compromisos adquiridos. Y los ciudadanos desconfían de la palabra de los políticos y, recelosos y aburridos, se alejan de la política.
Sin embargo, en bastantes de esos casos, ¿estamos ante una coherencia rechazable o ante una conveniente rectificación? Rectificar es de sabios, es verdad, pero ¿en qué supuestos la rectificación no encierra una repudiable incoherencia? Cuando el presidente González rectificó su posición respecto a la OTAN la mayoría de los españoles no vimos allí una incoherencia. Y tampoco cuando Carrillo admitió la monarquía y la bandera bicolor. Ni cuando el presidente Zapatero, en los comienzos de la crisis, congeló las pensiones. Ni cuando el presidente Rajoy, con la crisis ya en plenitud, subió los impuestos saltándose su promesa electoral de bajarlos. ¿Entonces? Nos parece que la clave está en el bien común, en el interés del propio país. Solo por esa causa llamaremos rectificación a lo que, sin esa justificación, sería pura incoherencia. Por cierto, encomiable coherencia el fulminante cese del exministro de Cultura.