Qué pocas veces sale a la palestra un personaje de éxito en el mundo empresarial para defender derechos y libertades de las minorías problemáticas aun a costa de complicarse la generación de negocio. Subrayo el mérito del chef asturiano José Andrés (que ha creado en Estados Unidos una formidable red de establecimientos gastronómicos que promueven la cocina española), al romper el acuerdo con Donald Trump para montar en Washington un restaurante en un nuevo hotel de lujo de dicho magnate, en protesta por sus comentarios insultantes y xenófobos contra los inmigrantes mexicanos.
En sus locales, a mesa y mantel, José Andrés tiene cien veces más clientes que son potenciales votantes de Trump como candidato republicano a la Casa Blanca que mexicanos pobres dispuestos a pagarse una experiencia chic después de ver en la tele su popular programa culinario. En su plantilla de cocineros, pinches, jefes de sala y camareros, hay cien veces más opciones de encontrar a mexicanos perfectamente integrados como él en Estados Unidos, que a hijos de multimillonarios como Trump, que vomitan contra el espíritu ilustrado de los padres de la Constitución norteamericana. Y José Andrés ha tomado partido, exponiéndose a que le sonsaquen en un juicio 10 millones de dólares por incumplimiento de contrato.
En la democracia de la economía de mercado y de las redes sociales, voto por un inmigrante llamado José Andrés para que tenga más comensales que Trump. Su cultura empresarial es la Norteamérica que necesitamos para defendernos de los yanquis con alma de Berlusconi y de Le Pen.