Comerse el centro histórico

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23 oct 2017 / 18:30 h - Actualizado: 23 oct 2017 / 22:25 h.

La lluvia nocturna de la semana pasada me pilló sin paraguas en Mateos Gago. Había quedado con amigos por la Avenida de la Constitución y, pensando que tenía a mi favor los soportales de la calle Alemanes, me enfrenté a la posibilidad de llegar empapado a mi cita pero apenas doblé la esquina de Matacanónigos vi que había tomado una mala opción: esas estructuras arquitectónicas, presentes en las ciudades desde -al menos- los primeros siglos de nuestra era como protección de los viandantes, estaban repletas de mesas en las que comían o bebían visitantes llegados de todas las latitudes del mundo.

El turismo es, evidentemente, una fuente de riqueza pero debería ser mucho más: un instrumento maravilloso de conocimiento mutuo porque, por primera vez en la Historia del Mundo, existen ejércitos que invaden tierras y ciudades de otras latitudes no en son de guerra sino en el de una paz que, hasta hace nada, ha sido blanca y, ahora, ha pasado a naranja, como en las alertas del calor veraniego. Porque esos turistas (turistas somos todos los que, afortunadamente, podemos serlo) tan denostados en las últimas campañas, toman lo que se les ofrece. Los de la otra noche no eran los que habían puesto las mesas en la calle Alemanes (o sea, quienes modificaron el uso de esos elementos arquitectónicos). Ellos sólo se estaban comiendo inconscientemente el centro pero, si no se establecen nuevas leyes y normas, las cuentas las iremos pagando entre todos... hasta que no quede nada ni para los de aquí ni para aquellos de fuera que hubieran sentido el deseo de venir.