Comida familiar

La Declaración de los Derechos Humanos considera a la familia como el elemento natural, universal y fundamental de la sociedad. Familia viene de hambre, menudo espaldarazo a la comida familiar

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03 dic 2016 / 23:07 h - Actualizado: 03 dic 2016 / 19:09 h.
"Gastronomía"

He consultado la etimología de la palabra familia y resulta que procede de un término idéntico en latín, familia, a su vez derivado de famulus, que significa siervo, esclavo. La definición primitiva, para simplificar, incluía a siervos, esclavos y a la esposa e hijos del pater familias que era legalmente el dueño tanto de los unos como de los otros. Pero lo más curioso de la semántica familiar es que viene asociada a la raíz fames, que significa hambre. ¿Qué quiere esto decir? Que en su fuente más remota una familia no era ni más ni menos que el conjunto de personas que se alimentan juntas en la misma casa y a las que el pater familias tenía obligación de dar de comer.

Pues eso. Que se me ocurrió acudir al diccionario después de participar en una concurrida comida familiar. Una reunión de todos los primos y sus hijos. Una mesa pantagruélica para celebrar que llevamos el mismo apellido y que conforme pasan los años nos gusta más vernos reconocidos en personas a las que tal vez no hemos tratado más que esporádicamente en bodas, bautizos y comuniones, que por cierto también se basan en hartarse de comer. Parecerse a la abuela, al abuelo o a la tía tal o cual imprime caché en estas reuniones, donde una extraña corriente (sanguínea) propicia un reencuentro o acercamiento irrepetibles entre adultos: la conciencia de compartir un punto de partida común. Nunca me hubiera imaginado que fuera tan estimulante discutir sobre el parecido de los jóvenes de la familia, supongo que pasado el ecuador de la existencia es un asidero bastante recurrente para conjurar un cierto espejismo de perpetuidad.

Hagan la prueba, traten de pasar una comida familiar con sus postres sin que nadie mencione el parecido de uno u otro de los asistentes entre sí o con tal o cual ascendiente. Ya les avanzo que es misión imposible y que si la cosa se complica hasta habrá acalorados debates si alguien no está de acuerdo con el parecido que le han sacado a él o a sus hijos con algún pariente poco agraciado. Ya lo decían en mi pueblo: feo o bonito, el niño a alguien de la familia se tiene que parecer.

Comimos hasta no poder más, así que somos familia en toda la extensión etimológica del término. Pero sobre todo conversamos, nos mostramos cariño y reforzamos unos lazos invisibles que esconden una profunda nostalgia, la de las pocas o muchas horas compartidas, el tiempo transcurrido y cuantos dejamos atrás. No esperaba yo ponerme tan tierna, pero realmente la familia es un patrimonio inmaterial de la humanidad. Pienso en las familias rotas, frías o desavenidas y me figuro que están dilapidando una fortuna, la de formar parte de algo unido por el más natural de los engarces.

La familia figura en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como el elemento «natural, universal y fundamental de la sociedad» y como tal debe contar con la protección del Estado. Aunque sería mucho pedir que se subvencionaran las comidas familiares, sobre todo porque aquí a la nada tendríamos montada una trama corrupta de familias y facturas falsas, no está de más ponderar su contribución en el fortalecimiento de esos vínculos que, la mayoría de las veces, nos proporcionan identidad, seguridad y equilibrio emocional.

Sentir la pertenencia a una familia es como disfrutar de los privilegios de un club exclusivo: nadie puede formar parte de él si no reúne ciertas condiciones. Y si excepcionalmente se incorpora alguien ajeno, seguro que es porque ha hecho méritos suficientes.