El pasado jueves, en el primer día del nuevo Parlamento andaluz, según los expertos el más plural hasta ahora, casi salen a relucir las facas de Cantillana. Si no llega a ser por el tío de Alejandro Sanz, al que se le nota a leguas su simpatía por el portavoz del PP, Carlos Rojas, se hubiera liado la mundial. Juan Pablo Durán I el Ecuánime, el nuevo presidente de la Cámara, es que ni pintado para ostentar ese importante cargo por su conocida buena opinión sobre la derecha española, esa que según él no deja heridos ni hace prisioneros: «Mata directamente en las cunetas». Lo dijo en presente, no en pasado. Creo que hemos dado con el hombre que buscábamos. Este señor promete una legislatura tranquila y en perfecta avenencia, que ya era hora, porque además la composición de la Mesa del Parlamento ha quedado bastante proporcionada según demandaban los resultados de las pasadas elecciones, por eso salieron todos tan contentos, sobre todo los del Partido Popular. Si empataron a votos con Izquierda Unida, es lógico que tengan cada uno un representante. Todavía no ha sido investida Susana Díaz como presidenta y ya se nota que donde hay una trianera como Dios manda, el trianero puede relajarse y dejar hacer.
Mientras se firmaba la paz en el Parlamento andaluz, el exministro y exdirector de Bankia, Rodrigo Rato, era detenido tras abrirle amablemente su casa y el despacho profesional a la policía de la Agencia Tributaria para que vieran que él también hace uso de las ofertas de Mercadona, como cualquier españolito de a pie. Y se lió la gorda en las redes sociales. Estas cosas se celebraban antes en la calle, para lo bueno y lo malo, pero ahora se festejan en Facebook y Twitter y todos tan contentos: el pueblo se desahogó y Rato se fue a su casa a dormir, aunque no sabemos si tranquilo o no, por los cargos que se le imputan, que son alzamiento de bienes y blanqueo de capitales. Este también le ha dado a la escobilla de blanquear, por lo que parece, y es más que probable que ocultara dinero en algún colchón –de los muchos colchones que debe de tener en su casa y fuera de ella– para evitar pagar la fianza de tres millones de euros por el caso Bankia. El padre de la moderna economía española –en realidad fue Aznar, pero bueno, lo mismo da–, detenido por corrupción en un país donde la putrefacción política casi no existe, de ahí el despliegue informativo de ayer. Tal fue el ensanchamiento informativo que hasta hoy no me he enterado de los misiles que Grecia le quiere comprar a Rusia. No sabemos si cargados o no de menudo de Capote y pan de Alcalá para mojar.
Todo esto le vino de perlas a Gaspar Zarrías, el exconsejero de la Presidencia de la Junta, que hizo ese mismo día el paseíllo judicial por el caso de los ERE flatulentos. No sería de extrañar que el poderoso entusiasta de las tarantas de Linares hubiera hecho coincidir los dos eventos anteriores, los de Andalucía y el registro de la morada de Rato. Planificado esto, Zarrías solo tendría que decir al salir del Supremo lo mismo que los anteriores implicados: «A mí que me registren». No dijo esto exactamente, por ahorrarse los derechos de autor, pero sí algo parecido. Como esto siga así no vamos a meter a nadie en la cárcel –de los gordos, quiero decir–, con lo que podremos tener una Feria de Abril que ni dibujada y un Rocío espectacular. Al fin y al cabo, quienes deciden lo que es o no es noticia, ese consejo anónimo que se reúne cada día en un búnker para elegir los asuntos de interés, está compuesto por seres humanos, con sus gustos y sus debilidades.
Casi ningún medio habla ya de esas dos mil niñas nigerianas secuestradas o de los doce cristianos que fueron arrojados al mar en Italia, en un acto de solidaridad sin precedentes. Doce, como los doce apóstoles. O de esos 400 inmigrantes ahogados también frente a las costas de Italia, entre los que había mujeres embarazadas y muchos bebés. Son noticias que impactan enseguida, pero que a los tres días ya se olvidan y son arrojadas a la papelera porque hay que dar salida a otras más frescas, las que decide ese consejo anónimo antes aludido.
Recuerdo que un conocido escritor envió esta nota al crítico que lo había machacado: «Me encuentro en la más pequeña e íntima habitación de mi casa. Tengo su crítica delante de mí. Pronto la tendré detrás». Nos ocurre más o menos lo mismo con esas críticas que suelen sacudir nuestras conciencias cada día, que las leemos solo hasta que llegamos a la conclusión de que luego de leerlas nos pueden sentar mal las gambas de Isla Cristina y el salmorejo cordobés. Y dejamos de leer. No es solo que estemos ya tristemente acostumbrados a las tragedias y a las injusticias del hombre con el hombre. Es que alguien decide por nosotros qué es lo que tiene o no que conmovernos. Olvídense de esos cientos de negros que se han ahogado huyendo de Libia y recen por el alma del infortunado montañero, que su familia está desolada. No es una orden, pero como si lo fuera.
Una buena solución para ser feliz podría estar en hacerse una vivienda en una carriola de esas que van al Rocío en la que no haya radio ni televisión y tenga tan buen aislamiento que no escuche nada más que el canto de los pájaros al amanecer y el ladrido de los perros salvajes al caer la tarde. Le llamarán chiflado o lunático, que es como se suele denominar a quienes tienen ideas de este tipo, pero logrará desentenderse de tan dura realidad. Cuesta tanto alcanzar el bienestar individual que tampoco hay derecho a que te estropeen la fiesta unos negros que al fin y al cabo eran pobres e infelices, qué más da. Donde se pongan una buena barbacoa dominguera y una fiesta flamenca en el Rocío, que se quiten los remordimientos de conciencia, que además es algo que hasta le puede enfermar porque unos remordimientos de conciencia no controlados le llevarán tarde o temprano a la desolación más absoluta. Ya hay terapias para eso, por si no lo sabía y ha decidido volverle definitivamente la espalda a esa dura realidad que no le deja disfrutar de la vida.
Alguien me preguntó no hace muchos días que no parecía un hombre feliz, por las cosas que escribía diariamente en Facebook. Yo es que pienso un poco como Jacinto Benavente, quien dijo que la felicidad es mejor imaginarla que tenerla. Será porque he tenido que crearla siempre, como hacía onzas de chocolate de barro para imaginar que eran de LaVirgen de los Reyes o barcazas de corcho para soñar despierto que podría salir algún día de la miseria navegando por humildes caños en un hermoso bergantín. El que crea que es feliz con esta España que tenemos, que me diga cómo lo imagina.