No voy a ser muy original al decir que me aburre la política española.
Me aburre que los discursos estén vacíos. Parecía imposible, pero algunos logran hablar media hora seguida y no dicen nada importante. Mucha palabrería y un vacío inmenso.
Me aburre la defensa imposible que los políticos hacen de su partido y de sus compañeros sin que se les caiga la cara de vergüenza.
Me aburre escuchar una retahíla de promesas vacías que nadie puede cumplir o que se traicionan a la primera oportunidad.
Aunque lo que me provoca un aburrimiento inmenso es ver cómo el espectáculo político se ha convertido, definitivamente, en un reality show de lo más cutre. Ahora no nos juntamos, ahora tú eres mi amiguito y tú la ligas, ahora tú de cara a la pared.
Me aburre que nadie hable de los problemas que sufrimos los españoles. Es verdad que algunos los enuncian, pero lo dejan en eso, en decir que el problema existe y que el culpable es, siempre, otro que está a la derecha o a la izquierda del que lo dice. Esto me aburre y me irrita porque me parece que el insulto a la inteligencia de las personas es de tal magnitud que resulta insoportable.
Y, mientras, el paro sigue en niveles desmesurados; las mujeres mueren a manos de los hombres que, por cierto, van inventando formas de matar sofisticadas y terribles; organizaciones que nada tienen que ver con los partidos políticos preparan comida, a diario, para los que no pueden alimentarse por su cuenta (el que quiera que siga con la lista, pero es interminable); en resumen, el mundo sigue siendo un lugar que va a peor.
Me aburre, me desquicia y me hace sentir una especie de rata de laboratorio porque sigo dentro de una rueda que no para nunca.