Este año tampoco voy a hacer el camino del Rocío, y van ya sesenta, los que acabo de cumplir. De niño me gustaba ver el paso de las carretas de Mairena del Aljarafe a Almensilla. Vivía en Palomares y solo teníamos que cruzar por El Majano para ver aquel ambiente tan colorido y amenizado por algún tamborilero del Aljarafe. Mi madre me veía la cara iluminada y los ojos llenos de lágrimas, por la emoción, y solía decir que sería rociero. Dios no me ha llamado por ese camino, y nunca mejor dicho. Pensaba volver a ir este año a la casa de Juan Badía, pero al final no la alquilará y tampoco es cuestión de meterse en un hotel para tener que empeñar la medalla. Aquel año supe por primera vez lo que era estar veinticuatro horas de juerga en la aldea del Rocío, comiendo y bebiendo, disfrutando del arte de Herminia Borja, Mari Peña, Antonio Moya y Cancanilla de Marbella, y de la amistad de Badía, un tío campechano donde los haya y enamorado del cante. Si la Señora no hace un milagro, me quedaré compuesto y sin jamón. Y sin verla, porque este año quería dar ese paso