Comuniones civiles

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
12 jun 2017 / 16:53 h - Actualizado: 12 jun 2017 / 16:53 h.

En el avance social –madurez humanística– es imprescindible el conocimiento, el único antídoto contra los complejos mal digeridos de una ignorancia galopante que solo da la sensación de progresía. A los bautizos civiles que surgieron hace unos años, han seguido las comuniones falsas. Puede ser que de esa gilipollez civil de las comuniones y los bautizos laicos tal vez encontremos el pecado original en los sacramentos religiosos, porque si lo que se persigue es simplemente una excusa festiva, también estos han terminado por ser fiestas a secas. De modo que las comuniones, religiosas o civiles, son sobre todo fiestas. El problema de fondo es que una fiesta sin motivo, sin sentido, es como un reírse de nada, como una inercia de felicidad construida que sabe finalmente a jarana vacía, a tontería del copón.

Uno puede casarse por lo civil, porque el matrimonio depende de dos personas que cambian precisamente de estado civil, es decir, porque depende de una voluntad común entre dos sujetos en un momento preciso. Pero dar la bienvenida a la comunidad o alguna perífrasis por el estilo haciendo un bautizo civil; o subrayar el paso de la adolescencia a la juventud haciendo una comunión –como si tales pasos se dieran en momentos precisos y no fueran procesos complejos– sin entrar en común con Cristo es necesitar un rito y un lenguaje que se le roba a la religión agarrándonos justamente a una de sus propias incoherencias en la práctica, o sea, quedándonos con la forma sin importarnos ningún fondo, utilizar las ya vacías fórmulas sacramentales para rizar, adrede, el ridículo de la nadería.

Una sociedad que madura en la laicidad responsable debe perseguir sus propios significados, respetar a quienes los haya encontrado por las vías que no todo el mundo tenga que compartir e inculcarles a los niños que en la vida sobran los motivos para celebrar que seguimos vivos a cada instante. Pero vivimos en una sociedad en que ser revolucionario es, sobre todo, un modo de vestirse.