Corazones en ascenso

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07 may 2016 / 21:27 h - Actualizado: 07 may 2016 / 21:28 h.
"Cofradías","La apostilla"

«¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?» Siempre me ha llamado la atención esa frase del libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito según antigua tradición por el propio evangelista San Lucas, como segundo libro recopilatorio de todos los acontecimientos que sobrevinieron a la Resurrección de Jesús. Hay que imaginarse la cara de los discípulos viendo como el Maestro se levantaba y se les perdía de la vista. Todo eran dudas e inseguridades, aunque les había quedado claro que el Espíritu Santo les sería dado y que no había de tardar mucho en infundirse sobre ellos.

Cada uno pone el cielo donde quiere, o donde puede, pero verdaderamente muchas veces nos quedamos así anonadados y sin saber qué hacer, poniendo los ojos en metas inalcanzables que no hacen más que torturarnos o apartarnos de la alegría del amor y del servicio fraterno que debe inundar toda nuestra existencia. Miramos a lo alto, aunque lo que queremos ver nos lo tapen las nubes. Y aunque vienen los ángeles y nos ponen en alerta ante problemas y situaciones personales en las que podemos actuar, nos quedamos embobados y poco resolutivos.

Resulta que la vida de los cristianos es un constante ascender. Si enfocamos esta aseveración desde el punto de vista litúrgico, comenzamos el adviento levantando el espíritu hacia Dios que nos llega en la Navidad. Partimos el miércoles de ceniza de lo más hondo y oscuro hasta la luz fortísima de la Resurrección. Semana tras semana, se nos va iluminando el corazón hasta llegar al domingo, en el que se repite el prodigio de la Resurrección y se nos explican las escrituras como a los discípulos de Emáus para que le reconozcamos. Así vivimos los cristianos, siempre buscando la estrella, invocando a María. En este domingo de la Ascensión, que tiene por paralelo la Asunción de la Virgen al cielo, debemos detenernos a pensar si verdaderamente, liberados de cargas y lastres innecesarios, podemos subir con el Señor y no ser simplemente testigos mudos, boquiabiertos.

El mundo necesita mensajes rotundos y diáfanos. Los que no creen que Cristo pasó por el mundo haciendo el bien, difícilmente podrán asumir que, transcurridos poco tiempo después de su muerte, tras aparecerse varias veces a diferentes discípulos y amigos subió al cielo. De todo eso que creemos firmemente nuestras palabras y acciones deben ser testimonio y ejemplo veraz. La solemnidad de la Ascensión, previa al Pentecostés con que acabaremos la Pascua es un impulso admirable para los que puedan sentirse atados a un suelo que no les permite llegar a Dios. Hay que dejarse sorprender y permitir que Dios obre ese milagro en nosotros. Que no nos quedemos mirando al cielo sino que sepamos subir al cielo con Él.