Triana salió de día e irrumpió en la noche de Sevilla tras cruzar su Puente. Como la vida y el destino de los hombres, la ciudad camina hacia las sombras y la luz en forma inversa.
El próximo Sábado será día en la ciudad y noche cuando el retorno de San Gonzalo hacia ese islote que forma Triana.
La coronación de su Virgen, a la que seguí en los ojos de mi hijo a lo largo de la calle San Jacinto, me condujo a muchos reencuentros de cuando aun el equipo de fútbol de los Salesianos era el Colspe, aun se rezaba en la previa de los partidos y aun se confesaba después de una mala acción en el campo de juego que recriminaba el sacerdote de turno. Éramos dioses y apenas había límite al justo segundo en que nos elevábamos para marcar aquel gol para la gloria que solo era nuestra.
Han pasado mil años y Triana sigue siendo la misma. Convertida en oscuro objeto de deseo inmobiliario, está plagada de apartamentos turísticos que fueron comprados con las indemnizaciones de despidos o Eres, como último recodo frente a la vejez y la nada. Habría alguna vez que pensar si el Plan Estratégico para Sevilla puede ser solo el refugio frente al turismo y si el declive del tejido industrial puede suplirse mediante subsidios. San Jacinto estaba llena de personas mayores, esas que llamo invisibles, con sus bancos en los que se sentaron tras el paso de la Hermandad, y que usaron para esperar esos autobuses que no llegaban, en una disfunción de los servicios municipales difícil de explicar. Pero daba igual. Habían retornado al barrio, a su barrio. La misma devoción, el mismo sentimiento e incluso desbordarse al son de los Campanilleros en el antaño Hospital de la calle San Jacinto, cuya fachada reluce transformada, con el beneplácito del urbanismo sevillano.
Triana es la misma y es otra. Antes la Cruz Roja, ahora Quirón; antes el campo del Colspe, ahora un aparcamiento subterráneo. Pero sigue siendo amante de los silencios y austera como nadie en los aplausos.
Varios ancianos enfermos salieron a sus balcones desnudos de cintura para arriba y aspirar esa efímera brizna de esperanza de seguir vivos en su pronto retorno a casa.
Triana es otra y es la misma. Donde había duelos flamencos y sonaba Frasco El Colorao, ahora se canta en la memoria huérfana de padres que no volverán. Esa cadencia de la soleá de Triana y esa mueca del torero ante su última suerte.